Opinión

¡Deixate de leria!

Tenía yo, como todos -que no como todas-, una abuela: Doña Julia. Nada dada al bombo gratuito de sus nietos. El halago había que ganárselo con el sudor de las obras: “Son amores -me decía- y no las buenas razones”. Y, cuando a falta de buena conducta intentaba yo driblar por el flanco de la labia, siempre me zancadilleaba con lo mismo: “¡Deixate de leria!”, corta el rollo, para los que no entendáis a Rosalía. Eso sí, si me pillaba en una trola me galanteaba con unos soberanos vergajazos.

Crecí en sabiduría, en estatura y en gracia para con mi abuela. No tanto para con las demás mujeres. La primera a la que logré comerle el tarro -lo otro era inconcebible-, al poco ya me vino con un regalo envenenado. “Caramelle non ne voglio piú”, me tatareó al oído. Y yo: “Tu dei come il vengo che porta violinie lerose”.En aquellos tiempos nos enardecíamos con la música italiana. Pero fue llegar a mi casa, abrir el paquete y percatarme: “Caramelos no quiero más –ponía la nota-.Las rosas y los violines cuéntaselos a otra, marrullero”. Y en el tocadiscos giraba despiadado mi regalo:Parole,parole,parole...

Algunos políticos se me antojan un pendrive de vaciedades conectado a un megáfono. Otros, “che cosa sei”, no lo tengo todavía claro. Los de siempre un esperpento: “Non cambi mai”, no cambian nunca. Y yo un absurdo Sísifo, condenado a arrojar una y otra vez mi voto al aire. “Se apaga en tus ojos la luna es iaccendo no igrilli”, insistía el rapsoda.“La luna y los grillos suelen producirme insomnio”, se excusaba la ragazza ¡Qué hermoso dueto!

Podría haber titulado este artículo “Cin que mila quarantatrè” que así se llamaba el álbum de Mina y Alberto. O “Doña Julia”, que un día, en vez de redimirme con el vergajo, me emplazó como Alejandro Magno a su soldado: “O cambias de nombre, o cambias de conducta”. Pero quédese tal como está, y ya os digo a qué viene todo esto: No es insomnio, es asco, lo que hasta ahora me han producido, en general, los políticos. No es de nombre, es de conducta, que deben cambiar los partidos. Se acabó la leria electoral. Que se dejen de joder y que gobiernen. No hace falta que pacten ¿Para qué? ¿No es que quieren todos lo mejor? He ahí el consenso que anhelamos. Cambien, eso sí, expulsando a los chorizos: los de antes. Los de ahora, unos y otros, juren como Abraham lo hacía, llevándose las manos a esa parte del cuerpo -so pena de que se los corten-, donde se supone la indecencia, que no robarán ni engañarán jamás. Y yo les prometo otro artículo: “¡El día que las ranas criaron pelo!”. 

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