Opinión

Las vacas voladoras

Iban camino del cielo (de los buitres). Llevaban una semana esperando que bajaran por sí solas. Los vecinos lo habían intentado con sogas y blasfemias, pero nada más poner patas al vacío, la primera vaca ya salió volando en caída libre hasta el averno de los ungulados. Fue la pareja de la Guardia Civil la que, tan pronto descendí del helicóptero, me puso al corriente de los hechos. ¿Se pudo aprovechar algo?, les pregunté. Sí, me contestaron circunspectos, el chocallu…
Un badajo no era mucho aprovechar, ya lo creo que no, máxime teniendo en cuenta que el rescate les iba a costar a los dos hermanos propietarios seiscientas mil pesetas. Casi lo que valían en conjunto las seis vacas. Se llamaban Gustavo y Emeterio aquellos dos indómitos astures. Y me dieron una lección de probidad, propia de cristianos viejos (el resto de España es tierra reconquistada por D. Pelayo): ¡Non podemos deixales morrer de fame ahí arriba!...
Fue el dinero más amargo que cobré en mi vida. Y confieso, de paso, que también fue una de las veces que me sentí acojonado. No sabía cuánto pesaba cada animal. No sabía si estaban o no estresados, ni que actitud adoptarían al sentir llegar el helicóptero. No sabía si la niebla iba por fin a alejarse del “Requexu l’Osu” donde se habían “engolau” las pobres vacas -quizás huyendo de las alimañas-, o si la borrina me iba a envolver con sus alas de cuchilla, justo al estar efectuando el rescate en vuelo estacionario. No sabía si los paisanos, a quienes había aleccionado previamente en lo tocante a no alzar brazos ni utensilios hacia el rotor principal, y a alejarse todo lo posible del rotor de cola, sabrían comportarse. Y, sobre todo, no sabía en qué condenado momento de aquel día había aceptado hacer aquel trabajo.
Me llamaran a mediodía de mi empresa. Airnor mantenía entonces un contrato de servicios con la Consejería de Medio Ambiente del Principado de Asturias para vigilancia e inspección de la caza, la pesca y el marisqueo furtivos. Pero aquello era mucho más que simple observación y patrullaje. Otro helicóptero, el de Salvamento, con base en Oviedo, también se había negado a efectuar el servicio: bastante tenían con rescatar cada día animales bípedos, de los que osan desafiar la magia gris -gris acero, gris puñal, gris carroza funeraria- de las cumbres, en pantalón corto y chancletas… Este trabajo te lo pagarán en mano, me dijeron. Ya, ¿pero cuántas millas hay?, pregunté; ¿cuál es la elevación del terreno?, ¿cuánto el peso que hay que levantar?, ¿quién me va a repostar el combustible?, ¿cómo está la meteo en el pico Tiatordos? Vamos, que cumpliendo las normas, podía llevar a bordo el peso de una cajetilla de tabaco. Y si quería librarme del frente frío que se avecinaba tenía que haber despegado ya, hacía media hora. Así que me fui solo. ¡Al coito, me dije, que es gerundio! Y ojalá que no me arranquen muchos pelos…
 “La Nueva España” lo publicaba al día siguiente a toda página: “Un helicóptero venido desde Galicia rescata seis vacas de un pico asturiano. Tras el éxito de la operación, el Colláu se convirtió en una fiesta; la veintena de personas que allí se dio cita prorrumpió en gritos de alegría. Una tras otra, las seis reses fueron depositadas en el Colláu Pandu sanas y salvas. La pericia del piloto y el trabajo conjuntado de la Guardia Civil y los vecinos…” Y en la foto, entre las cumbres del cordal de Ponga, aparecía mi helicóptero con una vaca colgada… ¡Una pasada!

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