Opinión

Intenciones

El presidente de la Xunta va cumpliendo los primeros pasos de lo que ha ido comprometiendo en campaña y explicitado a lo largo del discurso de investidura y luego en la toma de posesión. Ha comenzado por adelgazar la estructura de la Xunta y toca ahora pergeñar un plan de austeridad, en consonancia con la dureza de los tiempos que vivimos.


El tiempo dirá si ha acertado o se equivoca, sabiendo, además, que los ahorros a partir de la reducción de la nómina de altos cargos no van a ser los que nos saquen de la crisis. Sin embargo, está bien en cuanto significa de compromiso y ejemplo para una sociedad obligada a apretarse el cinturón hasta donde ya no hay agujeros. Rigor y austeridad no arreglan los problemas per se, pero son un buen salvoconducto de cara a la credibilidad ciudadana, de la que tan necesitados estamos.


Obras son amores y no buenas razones, dice el refrán, así que a la espera quedamos para comprobarlo, porque esto no es nuevo y hace cuatro años el presidente del Gobierno que entonces entraba también iba a reducir altos cargos y aportar transparencia. Muy poco tiempo después se reveló que ni una cosa ni la otra eran ciertas, porque los asesores se multiplicaron y las sospechas de que personas cercanas a algunas de las que tenían responsabilidades hacían pingües negocios, también.


Por eso no se entiende muy bien que la socialista Mar Barcón tema que los delegados provinciales de la Xunta vayan a ser en realidad comisarios políticos del PP para ningunear a las diputaciones gobernadas por el PSdeG. Política -además de falta de respeto institucional-, y no otra cosa, hizo Touriño cuando en cuatro años no recibió nunca al presidente de la Diputación de Ourense, sin explicar siquiera por qué.


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