Opinión

(A)normalidad

En Amstetten, hay tres nietos-hijos, Kerstin, Stefan y Félix que en 19, 18 y 5 años nunca habían visto la luz del día. En esa ciudad austriaca de 23.000 habitantes, hay una hija-esclava sexual, Elisabeth, de 42, a quien su propio padre le arrebató, primero, una normal juventud, y lejos de conformarse, la quiso privar de por vida de su anómala realidad. Los cuatro, los niños translúcidos y su madre, han permanecido en una dimensión real de 70 metros cuadrados, bajo el jardín de un edificio residencial de la calle Ybbsstrase. Tan solo una puerta corrediza de hormigón y acero los separaba de la otra dimensión normal e irreal en la que vivían Lisa (15 años), Mónika (14) y Alexánder (13), nacidos en el sótano de la perversión, pero, por ser más dados al llanto, criados en la planta de las apariencias normales. Los moradores del subsuelo habían sido confinados por un infame al que una dimensión apática, cegada y espeluznantemente real y normal cobijó sus malvadas fechorías.

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