Opinión

La Barcelona de García Márquez

Ningún gran escritor en español se trasladaría a vivir hoy a la Barcelona nacionalista como hizo entre 1967 y 1974 Gabriel García Márquez a la que entonces era una ciudad bajo la dictadura franquista.

Allí residió con una libertad intelectual, sin presiones patrioteras, de la que hoy no gozaría. Allí redactó y publicó “El otoño del patriarca”. Como tantos escritores podía decir que “Contra Franco escribíamos mejor”.

Porque, como señala otro Nobel latinoamericano que también vivió allí entonces, Mario Vargas Llosa, el nacionalismo ha hecho de Barcelona un páramo intelectual, cerrado y provinciano.

La Barcelona de los años en los que estuvieron los grandes del “boom latinoamericano” los del “realismo mágico”, era una ciudad portentosa. La vanguardia del mundo de habla española.

Barcelona tenía, aparte de su belleza, un cosmopolitismo y apertura que habían creado editores, como Carlos Barral, y agentes literarios como Carmen Balcells, que llegó a representar a seis premios Nobel: Aleixandre, Neruda, Asturias, García Márquez, Cela y Vargas Llosa.

Aquella libertad cultural controlada, pero atractiva para los que vivían en países más libres y que se trasladaban allí, aquella ciudad amistosa aunque hablaras solamente castellano, donde llegó a residir simultáneamente una veintena de los más grandes escritores en ese idioma, fue agonizando hasta morir con la llegada de un nacionalismo del “eres catalanista o lárgate”.

Del antiguo cosmopolitismo cultural de la ciudad no queda más que la cáscara de los monumentos para turistas amantes del modernismo y de Gaudí –hasta el Barrio Gótico es falso, una recreación del siglo XIX--, y pomposidades de capital endogámica.

Nada que ver con aquella imagen que le daba el escritor a su biógrafo Gerald Martin cuando decía que Barcelona era, tras París, el centro de las culturas latinas.

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