Opinión

Parecía fascista

Con su muerte, anunciada días antes, Adolfo Suárez le ha hecho su último servicio a España: permitirnos recordar la tolerancia y liberalidad que impregnó la Transición, valores que parecen perderse más y más cada día.

Los expertos en emociones colectivas no habrían creado mejor sistema para sugerirle a los españoles, mientras aún vivía, “Pensemos el futuro aprendiendo del pasado”. Que su hijo Adolfo notificara su próximo final antes de que ocurriera permitió que buena parte del país evocara a quien halló una imaginativa fórmula para transformar la dictadura en democracia.

Como era falangista parecía fascista, pero era un estratega de las libertades y no el “tahúr del Misisipi”, que le llamó Alfonso Guerra. Tras morir Franco, en noviembre de 1975, Arias Navarro lo nombró ministro secretario general del Movimiento (ahora, nacionalistas y extrema izquierda también se proclaman Movimiento).

Creímos volver al franquismo cuando el rey, al que tomábamos por bobo, lo designó luego presidente del Gobierno; visto desde el extranjero, era una vergüenza para el país. Inesperadamente resultó que el falangista ayudaba a renacer al PSOE, legalizaba al Partido Comunista, desobedecía a los curas e iniciaba la democracia recogiendo las principales demandas de todas las ideologías democráticas.

Así nació la España actual. Democracia imperfeta, sí, pero uno de los mejores países para vivir, con un 7,5 de bienestar general, por encima del 7,2 de Alemania, según la última Encuesta Europea sobre Calidad de Vida.

En su afán democratizador relevaba a los jueces que invitaba a que se jubilaban con personas comunes, elegidas por su honestidad en su vecindario, incluyendo represaliados por su ideología durante el franquismo. Cambió así la justicia de la dictadura por otra democrática.

Parecía fascista, pero no, y su recuerdo nos pide volver al espíritu de aquellos tiempos.

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