Opinión

Se ha abierto la tienda

Todo este trajín de intercambio de promesas con el que el partido mayoritario en el Gobierno nos sorprende cada día, parece ser la respuesta única y probablemente improvisada a los impulsos negativos que transmiten sobre su continuidad las encuestas –salvo las que firma Tezanos que son tan disparatadas e incongruentes que cuesta tenerlas en cuenta y fiarse de ellas- cuyos resultados no auguran precisamente grandes alegrías a un equipo como el que rodea a Sánchez cuyo único objetivo a estas alturas de la carrera hacia las urnas no es otro que la pervivencia del sanchismo. El sanchismo –escríbase ya sin comillas porque maldita la falta que le hacen a una modalidad de acción política ayuna de todo convencimiento- es una ideología que tiene muy poco que ver con los estereotipos políticos al uso, porque si bien no se parece nada a cualquier partido de los que ocupan el centro derecha y la derecha en el radial del posicionamiento, tampoco tiene nada que ver con el PSOE, de cuya puerto partió un día para navegar por libre y al que no ha regresado nunca por propio convencimiento. Ese refugio que ha inventado un referente que es un abogado de un metro noventa especialista en el corta y pega  pero duro como el pedernal para  sobrevivir, ha ido recogiendo personajes de catadura moral dudosa aunque hechos de la misma pasta que el referente, a los que importa poco a quien hay que pisar la cabeza mientras lo que se ventile es la propia supervivencia.

Por eso se ha abierto la tienda de los bonos y las ayudas en el intento desesperado de captar al votante joven. Se trata de derrochar cartillas y cuotas de patrocinio. En lugar de desarrollar acciones de gobierno encaminadas a crear empleo de calidad en sintonía con los nuevos tiempos, la tendencia desde Moncloa es el patrocinio hasta donde se llegue. Un dislate auténtico y la negación absoluta de aquella vieja y sabia máxima que se decía antaño, “si quieres dar de comer a un pueblo no le regales los peces. Regálale una caña y enséñale a pescar”.

Todo este sorteo de bonificaciones para montar en tren, viajar al exterior, conocer España en un Erasmus local, pagar parte del alquiler de vivienda y otras mercedes más e incluso más dislocadas, comportan un gasto desbordado e  imposible de cumplir. Pero ya se encargará de asumir sus consecuencias el que gane las elecciones del próximo invierno. Y si no puede, pues qué le vamos a hacer.

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