Opinión

Humildad franciscana

Los tiempos cambian y lo hacen deprisa y muy puestos en su deseo y voluntad de demoler ajadas costumbres. Por ejemplo, la llegada al sillón vaticano de monseñor Bergoglio ha significado el inicio de un tiempo nuevo en el comportamiento de la jerarquía eclesiástica. El jesuita argentino se hizo llamar Francisco e, inspirado sin duda por las doctrinas del santo, impuso desde el primer momento una política doméstica de mesura y humildad que ha conseguido sacar de quicio a una curia habituada desde tiempos inmemoriales a no reparar en gastos y a vivir en un perpetuo estado de pompa que el nuevo Papa desea desterrar tanto como le sea posible. Hace unos días, recriminó iracundo a sus colaboradores cuando supo que una ceremonia de canonización se había saldado con una cena por todo lo alto a la que había asistido toda la gente guapa de Roma montando un número en las terrazas vaticanas que hubiera hecho las delicias de Fellini y su objetivo mágico.

Hay desde luego una tendencia en los nuevos hábitos sociales que propone descarnar de boato y parafernalia todo lo que envuelve las esferas de decisión, introduciendo conceptos mucho más flexibles, sanos y sensatos. Desnudar de artificialidad el poder y convertir a los que lo ejercen en personas reales, cercanas y homologables a las de la clase de tropa es un objetivo en verdad irrenunciable y más en los tiempos que corren y en un escenario que ya no perdona una y ha apostado por desacralizar estados, instituciones y personas a las que en otros tiempos se consideraba dioses y a las que se contemplaba en lontananza sin posibilidad de acceso ni capacidad de diálogo alguno.

En todo caso y como ocurre con cierta frecuencia, en el justo medio está la virtud y un punto de dignidad y protocolo hay que tener para que las instituciones y los que las componen inspiren el necesario respeto. Personalmente, se me cae el alma a los pies cada vez que veo a Pepe Mújica, presidente de Uruguay, que parece un pobre de pedir recién levantado de un jergón, peleado con el gel de baño y con la camisa llena de lamparones. Es admirable que done su salario, viva en una chacra y viaje en un coche que se cae a pedazos, pero este apostolado no cabe en el presidente de un país ni viene a cuento imponerlo. Basta con que sea honesto, vista con moderación el cargo y gobierne bien. Lo del Mújica es pasarse.

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