Opinión

La inteligencia humana

Antaño a la gente le preocupaban cosas del común. La preocupaba los amortiguadores del Seat 600, que de tanto meter a bordo a seis de familia y las correspondientes maletas terminaban derretidos camino de Benidorm. La preocupaba dejarse las llaves en el interior de la vivienda y menos mal que estaba el sereno para resolver el entuerto. Le preocupaba echar cada sábado la quiniela no fuera a faltar una jornada y los catorce repartieran un dineral cuando el Atlético de Ceuta le ganó al Barça en Las Corts, pongamos dos mil y pico de pesetas. La preocupaba perderse el capítulo final del serial de la radio cuando el hombre de negocios que habitaba en el ático de una gran vivienda descubría que su hijo era en realidad hijo del mozo que traía el carbón para calentar el edificio. Cosas así de intensas…

Hoy, lo que preocupa de verdad –y razones hay abundantes para que esa preocupación se arraigue en la sociedad del siglo XXI- es la influencia cada vez más profunda de la Inteligencia Artificial. Los expertos dicen que en unos cuantos años no va a existir método ni casero ni científico para distinguir entre lo conseguido por mediación de la IA y lo que se puede hacer por método convencional. Ni una fotografía, ni un escrito, ni un cuadro, ni una partitura, y esto no ha hecho más que empezar. Hoy, si se distingue creo yo, sobre todo si son esos retratos tan rimbombantes que nos muestran cómo este método cibernético interpreta a las mujeres en función de la comunidad autónoma española que es su lugar de nacimiento y que coloca a las gallegas como señoras ancianas de ojos claros y gesto serio.

He leído por ahí lo que inspira a los gurús de la información esta escalada de la Inteligencia Artificial que abre las puertas a la elaboración de artículos, reportajes e interpretaciones de la realidad mediante la aplicación de este método. La mayor parte de ellos está de acuerdo en suponer que lo único que la faltaría a estos escritos es el sentimiento. Es muy probable que así pudiera ser si los periodistas de condición humana nos conjuramos para no abandonarlo nunca, y mantener la emoción, el compromiso, la sensibilidad, el calor, la emoción e incluso la angustia y el miedo, latentes en nuestros escritos. De ese modo, nos distinguiremos. Como perdamos el alma en lo que escribimos, adiós muy buenas.

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