Opinión

Los mercados persas

La proximidad de un tiempo electoral que la mayoría de los políticos considera la antesala de la verdadera cita con el compromiso supremo de las Elecciones Generales, ha activado el periodo de las ofertas, esa especie de mercadillo de ocasión al que apelan los partidos políticos –especialmente los que están ostentando poder- para atraer clientes a su propuesta. Sus dirigentes en campaña recorren los pueblos y ciudades de España prometiendo beneficios, primas, ayudas, bonificaciones y grandes premios en una tómbola montada sobre bases a menudo simplemente hipotéticas, cuyo único objetivo es ganar el voto indeciso. La situación evidentemente no es nueva, y no hay más que ojear ejemplares de periódicos desde mediados del siglo XIX hasta el periodo previo a la Guerra Civil para solazarse con los trabajos de extraordinarios caricaturistas expresando en sus dibujos la apariencia de mercado persa que adoptaba la práctica mitinera de aquellos tiempos generosos en políticos electoreros, pucherazo va y pucherazo viene, y venga a vocear promesas.

Los tiempos no han cambiado tanto, no crean y, salvo los mecanismos para atraer el votante dubitativo que han cambiado con el tiempo, el verdadero motivo escondido tras el rosario de promesas es idéntico y habitualmente mentiroso porque el papel lo asume todo e incluso es posible camelar al BOE con las ofertas. Basta con legislar en el éter y luego ya veremos, como esa última y portentosa ley de Vivienda que ha salido a relucir como de un teatrillo de feria y que presumiblemente se aprobará el próximo jueves en cuyo desarrollo figuran paquetes de viviendas de carácter social que existen y sobre todo, una amplia oferta de viviendas que aún no se han construido y que pueden construirse.

Una de las situaciones que merecerían una explicación más completa es el tratamiento fiscal que se aplica a esas cantidades ofrecidas por las administraciones –especialmente el Gobierno y algunos ayuntamientos- que apuntan hacia los más jóvenes y que pueden llevarse sorpresas muy desagradables cuando acudan a sus citas con Hacienda. Ninguno de los políticos que ahora regala bonos para cualquier cosa y a manos llenas, recita de paso la letra pequeña, pero yo me la leería por si acaso. Para evitar sustos.

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