Opinión

Manos blancas

Tadeo Calomarde fue un político con mucha influencia en la España fernandina a quien se le atribuyen algunas frases de poderoso eco histórico que a lo mejor ni siquiera pronunció. Las crónicas suelen presentar a este aragonés hijo de labradores pobres como un sujeto voluntarioso y taimado que se las arregló tan divinamente para medrar en la Corte, hasta el punto de que, con apoyo de sus muchos paisanos que desempeñaban cargos de cierta importancia en Madrid, acabó convirtiéndose en un personaje muy poderoso y tan conservador y cerril como los más cerriles de su época. Durante la crisis producida por la agonía del rey Fernando, las crónicas le cuentan entre los conspiradores dispuestos a trampear con la ley Sálica para que al monarca felón le sucediera su hermano Carlos el apostólico. El subterfugio acabó en Guerra Carlista, pero antes de que se produjera el conflicto en el que los partidarios del pretendiente eligieran como generala de sus tropas a la Santísima Virgen –sirva como ejemplo para entender cómo se las gastaban los de la boina- la infanta Luisa Carlota llegó a palacio furibunda, arrancó el codicilo que anulaba la Pragmática y negaba el reino a la recién nacida princesa Isabel, de las manos del ministro Calomarde, y, tras romperlo en mil pedazos, se lo tiró a la cara y le arreó una sonora bofetada en presencia de toda la Corte. “Manos blancas no ofenden” dicen esas mismas crónicas que respondió entre reverencias el agredido.

Las manos blancas son duras, expeditivas y en general esconden mucho peligro pero a veces no pueden obrar milagros a pesar de sus grandes virtudes terapéuticas. La infanta Luisa Carlota no pudo revertir la fuerza del destino porque estaba escrito que un sujeto tan indeseable y vil como Fernando VI se marchara al otro mundo dejando en herencia una guerra civil que se prolongó durante cincuenta años y que saltó de siglo inspirando en sus comienzos nada menos que a los bandidos etarras. Y ya ven. También han sido blancas aunque más robustas que las de Carlota las manos de De Gea que han conseguido que Italia no nos metiera cuatro. Pero no fueron suficientes para acertar en el primer gol, un balón que, con el debido respeto, no resiste mucho debate. Se equivocó al colocar la barrera y posteriormente se lo comió con patatas.

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