Opinión

Memoria y testas coronadas

Se dice habitualmente que fue la guillotina instalada en la plaza de la Concordia de París la que no sólo separó del cuerpo la cabeza del ciudadano Capeto llamado con anterioridad Luis XVI, sino que separó también el tiempo viejo del nuevo. A las diez de la mañana del 21 de enero de 1793, al monarca ya privado de todos sus atributos de cetro y corona, le cortó el verdugo Sansón su coleta y, con las manos atadas a la espalda, colocó su cabeza en el tajo que fue cercenada limpiamente y paseada alrededor del cadalso por un joven sargento de la Guardia Nacional. El cadáver del Capeto y su cabeza fueron depositados en un carro y enterrados a última hora en el cementerio de la Madeleine, y no fue hasta 1815 en que fue de nuevo sepultado junto a su esposa María Antonieta en un mausoleo de la catedral de Saint Denis.

Con su ejecución se cerró definitivamente también el llamado Ancien Regime que amparó desde los primeros tiempos hasta la Revolución Francesa el largo periodo de monarquías absolutas en las que el soberano o soberana era los dueños y señores de todas las cosas, propietarios de vidas y haciendas imbuidos de la gracia divina y cuya voluntad jamás se negaba. Las monarquías europeas –en ese tiempo el melifluo Carlos IV era el rey de los españoles- comenzaron a cambiar la tocata estremecidos por lo ocurrido en Francia, mientras paradójicamente Francia no solo recuperaba la monarquía sino que aceptó un paso más con el Imperio y Napoleón Bonaparte.

Hoy, por tanto, las monarquías continentales nada tienen que ver con el sistema absoluto arraigado en el Antiguo Régimen y extendido prácticamente por toda Europa. Es cierto que tras la liberalidad de Carlos III y la apatía culpable de Carlos IV, el país hubo de sufrir una dramática vuelta al principio de rey absoluto con el indeseable Fernando VII. Pero cierto es también que poco a poco se impuso en efecto la monarquía parlamentaria. Hoy, los coronados de nuestro entorno tienen un cierto nivel de representatividad y un papel casi residual en la decisión política y, por supuesto, ya ninguno de ellos hace lo que le da la real gana. Aunque de vez en cuando se les olvidan estas cosas como le pasa al Emérito. Ha decidido venirse a Sanxenxo antes de tiempo y sin consultárselo a nadie. No hay manera de que entienda que los viejos tiempos ya no están vigentes. Debería tomar nota.

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