Opinión

O el juez o nada

No parece el mejor método para combatir la soledad y la profunda tristeza de perder un hijo en plena juventud, acudir a un vientre de alquiler como parece ha elegido Ana García Obregón. Estamos ante una situación difícil y el inmenso vacío tejido en torno a una mujer antaño estrella de posados y platós, que está a punto de cumplir setenta años y que ha perdido por el camino todos sus amores. A la antigua y brillante luminaria de las revistas del corazón, los programas de variedades y las series televisivas en clave de comedia no le queda nada. Ya no están sus padres, los hombres que compartieron su vida –y no fuero pocos porque así de memoria recuerdo a Miguel Molina, Miguel Bosé, Fernando Martín, Alessandro Lequio, Davor Sucker y un polaco llamado Derek del que no se ha vuelto a saber nada- o bien fallecieron en circunstancias trágicas o se dieron la vuelta y la abandonaron tras un tiempo de luz y brillantes.

El dramático panorama de sombras y declives que se cierne sobre la hoy antiguo gloria del colorín y el celuloide, y sempiterna presentadora de las campanadas de Fin de Año, tocó fondo con la terrible pérdida Aless Lequio, su único hijo, devastado por el cáncer a los 27 años.

Desde hace mucho tiempo he pretendido y en ocasiones he conseguido, tratar de comprender a los demás. O al menos, procurar no ser excesivamente riguroso ni intransigente juzgando comportamientos ajenos y deseo por principio, huir de semejantes dictámenes. Por eso, y analizando y sopesando este golpe por sorpresa que nos ha deparado la actriz trayendo a casa una niña de maternidad subrogada obtenida en los Estados Unidos, sospecho que no es un método que me parezca sensato y mucho menos con una madre en las puertas de la senectud. Pero tampoco está de más plantearse en qué condiciones afectivas y emocionales se produce el hecho.

El techo de la legalidad en un país de irreprochable acento democrático lo pone el juez y será el juez el único que pueda intervenir en los hechos si advierte en ellos un comportamiento delictivo. Ni el Gobierno ni ninguno de sus componentes está facultado para juzgar conductas ni criticarlas. Los ciudadanos comienzan a hartarse de que los ministros y ministras campen por sus respetos y afeen comportamientos como si ellos fueran perfectos. Más vale que callen

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