Opinión

Recuerdos de Raymond Carr

Es algo ciertamente sorprendente y probablemente increíble para las sociedades de otros países, que los españoles hayamos tenido un acceso serio, riguroso y ecléctico a nuestra historia gracias a los historiadores británicos. Pero así es, y la generación de estudiosos a los que hemos terminado conociendo como “hispanistas se ha encargado de divulgar nuestros hechos, contárnoslos con la debida exactitud a resguardo de manipulaciones, y otorgarnos a algunos aficionados al género la posibilidad de averiguar en su pulso un camino abierto para seguir aguzando el instinto, contribuyendo además a que pudiéramos obtener de lo leído nuestras propias conclusiones.

El pionero y quizá el más admirable nos ha dejado con 96 años. Se trata de sir Raymond Carr, una pérdida triste que anunció otro de los referentes en la práctica del hispanismo histórico como Paul Preston durante una comparecencia el lunes en Barcelona.
En los años sesenta, y cuando la historia de España era un compendio de manipulación torticera y sesgada de los prebostes del régimen a cuenta de censuras y vaguedades que impedían a progresar a unas nuevas generaciones de estudiantes y lectores ansiosos por conocerse y saber lo que había pasado, Carr escribió y publicó su famosa “España 1808-1939” que la mayor parte de los que éramos molestos curiosos en el momento mantenemos hoy en nuestras bibliotecas y aún consultamos con amor, respeto y profundo agradecimiento.


Aquel fue un libro emblemático que hablaba de personajes cuyos nombres y apellidos apenas podían ser pronunciados y de los que casi ninguno sabíamos nada. Carr nos dio a conocer a los Alcalá Zamora, Negrín, Prieto, Casado o Azaña, y su texto ofrecía claves abundantes para la interpretación de un siglo y medio de singular trascendencia y sin embargo conscientemente oscurecido por los responsables ministeriales, expresadas con la sencillez, la sobriedad y la imparcialidad de un investigador sin ideas preconcebidas, sin servidumbres y sin taras.


Sir Raymond Carr fue un hombre extraordinario al que los españoles debemos, entre otras cosas, el acceso a nuestra propia identidad. Un hombre bueno y generoso que se merece un recuerdo por una vida plena y dedicada ampliamente a enseñar y servir de ejemplo a los demás. Así que yo, desde aquí, le doy las gracias.

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