Opinión

La serenidad de Felipe VI

Si bien por convicción y tradición no tengo yo mucha madera de monárquico, la poca que había ardió en llamas con el último y desastrosos periodo de reinado de Juan Carlos I capaz de descorazonar e encolerizar a cualquiera por mucha tradición de fidelidad a la corona que se pueda llevar dentro y no es mi caso. Juan Carlos de Borbón nos ha defraudado profundamente en esa última y desaforada época en la que los comportamientos de parte de la Familia Real han conseguido tirar por la ventana el prestigio obtenido en tiempos anteriores. Tras años de comprensión y complicidad para con un monarca cachondón y sandunguero cuyas entretenidas golferías al personal le hacían gracia y cuyas andanzas eran sistemáticamente silenciadas por una sociedad mayoritariamente rendida a sus encantos, se produjeron los lamentables episodios del elefante, la fractura de cadera y el conocimiento generalizado de que al soberano le importaba poco el contribuyente.

Todo ello aderezado por la quiebra familiar y los desmanes cometidos por su yerno con el que ya no había manera de disimular nada. El andamiaje artificial se fue al diablo, se produjo el escándalo, la justicia llamó a capítulo al matrimonio procesándolo, y Juan Carlos no tuvo otra salida que dimitir, dejando a su hijo y heredero un panorama simplemente atroz. La reina Sofía, por su parte, harta de penar en silencio y aguantar una auténtica farsa, plantó y se marchó a Londres donde es de suponer todavía sigue. Pero eso al dimitido le importa un rábano. Liberado y feliz, recorre el mundo comiendo, cenando, viendo a los amigotes y navegando en un bonito barco.

Felipe VI ha demostrado, dándole la espalda a un escenario de ópera bufa en el que se había convertido su entorno familiar, que puede ser el rey que necesita el país sean cuales sean las inclinaciones de sus administrados. Ha sido un monarca institucional y el más serio, sereno y respetuoso de todos los participantes en la crisis posterior a las elecciones. Ha dado una lección de prudencia, sabiduría, sentido común, pulso y convicciones democráticas gobernando con firmeza una situación sumamente delicada. Es un hombre formal y espléndidamente formado. Es un buen rey y yo le votaría también para presidente de una república si fuera el caso.

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