Opinión

Velar por el ciudadano

La carencia absoluta de escrúpulos que caracteriza a Artur Mas, al que le da igual lo que se haga con el cargo institucional de presidente de la Generalitat de Cataluña con tal de que le dejen seguir aunque sea sin poder real y fiscalizado por tres vicepresidentes en los que depositar la auténtica capacidad de decisión, coloca de nuevo en el primer plano del debate un tema apasionante. Qué cuota de trascendencia aportan los ciudadanos en los planes de cierta clase de representantes políticos cuyos planteamientos parecen despreciar por completo el primer y sacrosanto principio de servicio al pueblo que ilustra y ennoblece la función parlamentaria.

En Cataluña se está usando la presidencia del Gobierno autonómico como un producto de mercado y ninguno de los que están imbuidos en este lamentable sainete parece tener en cuenta lo que desean y merecen los catalanes. Por lo tanto, el personaje que presida el Gobierno catalán es aleatorio en este tira y afloja, y el disparatado proceso de desconexión como ahora se le llama, ha engullido a cualquier otro factor y ha convertido el noble procedimiento de elegir al mejor, al más capaz o al menos al más adecuado, en un argumento absolutamente secundario que solo tiene en cuenta el cómo puede ejercer esta designación en la carrera hacia esa independencia ilegal en la que el soberanismo sin cabeza se ha sumergido.

La triste verdad es que ninguno de los partidos involucrados en el proceso de independencia tiene grandeza, honestidad y un principio responsable. Y todos ellos se han metido en este gallinero sin tener en cuenta las previsibles consecuencias de una apuesta no solo descabellada sino también descabezada. Es cierto que el más indigno de todos ellos es Artur Mas y su patético penar de pedigüeño harapiento plegándose a lo que sea con tal de conservar el cargo, pero tampoco el resto ha mostrado otra cosa más allá de sus intereses y sus ambiciones personales. Si yo fuera catalán y a la vista de semejante indecencia, haría las maletas y no pararía hasta llegar a Albacete, pero si la decisión es quedarse, no se puede negar que hay que hacerlo con la entereza, la guapeza y el sentido común de Inés Arrimadas, la representante de Cd’s que, en diez minutos mal contados, le desmontó a Mas el tenderete y le sacó los colores.

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