Opinión

La verdad sospechosa

Las actuaciones políticas cobran peaje y creo que debe ser así porque una trayectoria dudosa en el desempeño de cualquier responsabilidad pública ha de pasar necesariamente factura a pesar del tiempo trascurrido. Es la historia del ex ministro José Blanco al que su gestión en el ministerio de Fomento induce a la plataforma de víctimas del accidente del tren de Santiago a reprobar su ingreso en las listas al Parlamento Europeo. El colectivo interpreta que existe una relación directa entre su actuación como titular de esta cartera y la tragedia del Alvia y, por tanto exigen al PSOE la retirada de su nombre en la candidatura que encabeza Elena Valenciano.

Fernando Ónega escribe en su libro que una de las razones por las que Adolfo Suárez presentó su dimisión fue porque perdió el favor y la complicidad de la calle. Recuerda que un día marchaba el presidente en su coche oficial por la Gran Vía, y a la altura de un semáforo se quedó parado junto a un automóvil y, bajando la ventanilla de seguridad, saludó a su ocupante con una de aquellas irresistibles sonrisas que tanto le valieron en su momento de esplendor. El ocupante del automóvil vecino, en lugar de devolverle el saludo le torció la cara, miró al frente y emprendió la marcha sin hacerle ni caso. En ese momento, Suárez supo que era hora de volver a casa.

José Blanco ha bordeado el precipicio e incluso ha sacado un pie. Recibió un auténtico desastre de manos de su antecesora Magdalena Álvarez, la ministra a la que solo le faltaba hablar como dijo un sarcástico cronista parlamentario, y heredero de una situación semejante se planteó parchearla en la medida de lo posible sacando de la chistera una solución de compromiso que ni era tendido convencional ni alta velocidad, cuyo desarrollo ha necesitado soluciones mixtas no solo en los trazados sino en la configuración de los propios convoyes y la alimentación de sus máquinas. Considerar al ministro culpable de este desastre es demasiado duro pero rescatarlo para la función pública otorgándole una canonjía cual es su elección en Europa ni es prudente ni es merecido. El ex ministro debería haberse comportado con la coherencia que exigía a los demás y debería haber rechazado la propuesta y abrazado el anonimato con serenidad y sentido común. Pero está visto que la cabra tira al monte. Le está bien empleado y le sacarán muchas veces los colores. Es muy vulnerable y debería ser consciente de ello.
 

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