Opinión

CUIDADO CON LA IRRITACIÓN SOCIAL

Hace ya algún tiempo que comentando con el sociólogo Amando de Miguel me transmitió la información de que los indicadores sociológicos de España se situaban en una zona peligrosa, porque detectaba un alto grado de irritación social. No puede ser de otro modo, por mucho que desde estancias oficiales se pretenda negar. Las encuestas del CIS lo indican de manera elocuente con un descrédito de la clase política, de los gobernantes, de los 'opositores', de la Justicia y recientemente de la Corona que ha caído en picado y me temo que no ha detenido esa marcha descendente, porque sucesos como la desimputación de la Infanta son mas leña seca a un fuego que arde con fuerza. Y la irritación social es peligrosa desde dos puntos de vista: desde los gobernantes y los gobernados.


Fueron los nazis los que diseñaron la irritación social como una categoría jurídico-política destinada a permitirles 'legalmente' encerrar a los judíos cuya presencia en libertad no gustaba a aquellos desalmados. Alegaban, como excusa, la 'irritación social' de los alemanes contra los judíos, cuando en realidad sucedía que los únicos irritados era ellos, los verdugos. Primero les privaron de libertad con ese concepto. Después, sin mas miramientos, les anularon el derecho a vivir. Pues bien, esa categoría jurídica fue 'importada' a España con una denominación parecida: 'alarma social'. Durante años los españoles hemos contemplado decisiones de privación de libertad fundamentadas en algo tan abstracto como la pretendida alarma de la sociedad, cuando en muchos de esos casos, como bien me dijo un director de prisiones que no cito para ahorrarle problemas, los únicos alarmados era ellos, los políticos, los que decidían, a través de los jueces, el envío del sujeto a prisión. Para muestra mi caso ilustra. El 24 de diciembre de 1994 ingresaba en Alcalá Meco. El juez sui generis Garcia Castellón apeló a la alarma social y la justificó de un modo imborrable. Aseguró que la prueba de tal alarma era la existencia de una comisión de investigación en el Parlamento. Así que todo claro: los políticos intervienen una entidad, crean una comisión de 'seguimiento', la prensa adicta transmite lo que ellos dicen y el juez nombrado ad hoc apela a esos políticos como argumento ad maiorem para privar a una persona de libertad. Y la sociedad mirando para otro lado o encantada y feliz de ver como se encierra a una persona. España, en su singularidad...


En la sociedad la irritación verdadera es un fermento en el que puede prende en cualquier momento brotes de violencia. Como he escrito en otro lugar hace ya muchos años, leyendo sobre todo al filósofo hindú Krishnamurti, aprendí que la violencia es algo que va mucho mas allá de la violencia física, y que la violencia siempre nace de la violencia, de modo que la violencia solo genera violencia adicional. Cuando un juez dicta resoluciones injustas, está creando violencia. Cuando los gobernantes abusan de los gobernados, están creando violencia. Cuando una persona acosa a otra en cualesquiera de sus manifestaciones, está creando violencia. Cuando un medio de comunicación miente deliberada y conscientemente está creando violencia. No son necesarios mas ejemplos para entender la idea. La violencia física es solo una manifestación externa de violencia. Pero no es la única. Cuando un Sistema abusa del poder cedido por la sociedad  ese Sistema se convierte en sí mismo en una forma de violencia.


Pues somos muchos los que creemos que una política como la que se impone desde Alemania, generando tasas insoportables de paro y recesión, afectando al progreso futuro a base de dinamitar investigación y desarrollo, es una cierta forma de violencia que se ejerce sobre el cuerpo social. El Derecho es la forma civilizada de la violencia. Cuando una persona ingresa en prisión se ejerce sobre ella la violencia legal. Pero para que sea tal debe estar ajustada a Derecho. De otro modo es solo apariencia de legalidad, lo que constituye una dañina forma de violencia. Pero sucede que cuando el gobernante percibe irritación social en el cuerpo social, tiene la tentación de entregar carne a las fieras para que la consuman y de algún modo se tranquilicen. Así llevamos funcionando desde que el mundo es mundo. Por ejemplo, hace días entró en prisión Miguel Blesa, ex presidente de Caja Madrid. Mucha gente lo celebró, se alegró, disfrutó con el hecho, sin saber si el auto de prisión era legal o no, si estaba fundamentado o no, si tenía sentido jurídico o no. Eso es lo de menos. Los viejos sacrificios humanos de ciertas culturas se hacían para aplacar a los dioses o para atraerse su agrado. Los modernos son para calmar a las masas.


Hay una irritación social profunda contra todos los banqueros, y se entiende bien por el gigantesco destrozo causado por la gestión política de las entidades financieras. En ese clima es comprensible que el encierro de una persona provoque entusiasmo de ciertas masas, porque ya está condenado antes de entrar. Conviene, no obstante, recordar que con la libertad hay que ser especialmente cuidadoso, y no utilizarla como mercadería de cambio para aplacar las iras sociales, porque eso no tiene fin y se vuelve en contra.

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