Opinión

HABLANDO CON UN QUECHUA DE LA IDENTIDAD DE UN PUEBLO

Concluida la misa de seis y media de la mañana en la impresionante Catedral de Cusco, Perú, y todavía conmocionado por la apabullante belleza de su plaza de armas, retornaba a la conversión con Manuel Silva, antropólogo y arqueólogo, una de las personas responsables de la magnífica restauración de impresionantes monumentos del Cusco, entre ellos el emocionante Machu Pichu, y otros todavía desconocidos para el gran público, pero de futuro esplendor asegurado. Los días anteriores nos detuvimos a meditar sobre algo que me interesa mucho desde hace bastante tiempo: la idea de identidad de un pueblo. Manuel Silva es mestizo, como casi todo el mundo, y en él cohabitan en paz, según su propia expresión, sus antecedentes españoles y su sangre quechua, del mismo modo que su bilingüismo es tan patente como natural. La pregunta que le formulé acerca de qué define en verdad la identidad de un pueblo, mientras esperábamos el acceso al tren que nos devolvería al valle sagrado concluida la exploración conjunta de Machu Pichu, le dejó algo conmocionado. Es buen conocedor de la historia de su país, en particular de lo sucedido en torno al Cusco, y precisamente por ello no puede ignorar los indudables desmanes que por ambición, ignorancia, complejo de superioridad o pura y dura codicia, se cometieron por parte de los españoles sobre el pueblo inca. También admite las aportaciones de los conquistadores, entre ellas la lengua, el valor indudable del castellano. Vive y se siente quechua, pero, como él mismo expresa, le vienen de algún lugar de su estructura anímica elementos de lo español. Soy -dice- un producto humano derivado de esas dos fuentes que no solo conviven en paz sino que se funden en una sola que bebe de ambos manantiales.


Como el asunto de la identidad de un pueblo me interesa sobre manera -como decía- decidí profundizar con un ejemplar humano de tanta talla interior. Comenzamos a descartar elementos no definitorios y abordé el asunto del lenguaje. Concluimos que un quechua no es aquel que habla esa lengua ni deja de serlo el que no la utilice o desconozca. Es así como el lenguaje dispone, según concluimos, de un cierto valor cultural pero en modo alguno es elemento esencial identitario, aunque, como el mismo decía, detrás de la conformación de una lengua late algo del espíritu de un pueblo, pero que al día de hoy no lo define, y como ejemplo me citó la tribus, las etnias que conviven el alto Perú y en Bolivia, que conservan altos grados de pureza de sangre, y que en un 80 por ciento hablan el castellano. Lo que define a un pueblo es su alma, según Manuel, y ese alma trasciende el lenguaje. Nuestra obligación de humanos es incrementar los canales para comunicarnos unos con otros, no reducirlos o limitarlos en aras de un falso expediente identitario.


Precisamente en eso pensaba cuando en la ceremonia de Pago a la Tierra, el chamán que la ejecutaba, de nombre Pablito y de origen étnico indiscutiblemente quechua, comenzaba pidiendo el respeto al alma de sus antepasados como presupuesto indispensable para el adecuado funcionamiento del ritual. Y esa frase podía pronunciarla con identidad de efectos en cualesquiera lenguas puesto que, como me comentaba concluida la ceremonia, lo que cuenta es la fe, la creencia, la convicción y eso es algo interior que carece de vocabulario. En realidad, la tierra no entiende de lenguas humanas, de sonidos articulados de una u otra forma. Su lenguaje es diferente. Por ello para implorar su protección los practicantes de ese rito vuelcan su aliento, que es el único lenguaje que su Pacha Mama comprende.


La identidad de un pueblo va mucho mas allá de formalismos. No entenderlo lleva a promover y defender falsos criterios identitarios. Por ello mismo, le comentaba a Manuel, que si pudiera pondría una asignatura obligatoria: La Humanidad. Solo después de entender que nuestra esencia es ser humanos, comprenderemos que los espíritus de cada pueblo solo tienen sentido dentro de una idea de alcance superior: el Proyecto Humanidad. Solo sintiéndose partes de un todo se podrán encajar los particularismos, no como categorías excluyentes -'yo no soy tú'- sino como modos de manifestarse la Humanidad. Por ello la noción de hermandad está directamente enfrentada a los particularismos identitarios de corte excluyente. Y ese espíritu o conciencia colectiva trasciende la lengua y hasta el territorio de residencia. Es lo que algunos llaman la conciencia colectiva. Yo lo refiero a la conciencia cuántica, que se conforma con 'informaciones' recibidas a lo largo de siglos. Y para su conformación la lengua formalizada de un momento dado no deja de ser anécdota. Del mismo modo que la humanidad no se define por su lengua, la identidad tampoco. De eso saben los quechuas, sin la menor duda, y por ello consideran que la gran lengua es el aliento expulsado al exterior porque en ese trozo de aire viaja un pedazo de espíritu. De eso saben los pueblos que se siente identitarios al tiempo que integrados en la humanidad. De eso deberíamos saber los gallegos. Pero a la vista está que no todos hablamos este idioma de la humanidad como categoría esencial.

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