Opinión

NO AÑADAMOS MAS LEÑA AL FUEGO SOCIAL

Días atrás se producía un descenso notable de la prima de riesgo en los mercados de dinero. Buena noticia, en tanto que implica reducir el coste de financiación para el Estado. El presidente Rajoy se apresuraba a afirmar que ese descenso era debido a la confianza de los mercados en su política económica y en los resultados obtenidos. Mala noticia, primero porque no es verdad del todo y, segundo, porque sería trágico que lo fuera. Sólo un par de días más tarde toda la prensa española abría con titulares similares en los que se recogía un hecho brutal, además de insólito y para muchos inimaginable: España supera los seis millones de parados, con una tasa media de desempleo del 27 por 100, acentuado en determinadas zonas del territorio nacional, singularmente Andalucía, en donde se alcanza, al menos teóricamente, la cifra de 1,4 millones de parados. Para completar el cuadro avanzó que los parados entre 25 y 34 años suman 1.700.000 personas, más o menos, y si añadimos los comprendidos entre 34 y 40 años, nos vemos obligados a adicionar casi otro millón más. Sería absurdo que los mercados consideraran esa cifra como índice de buena situación económica y que, derivadamente, se decidieran a prestar más barato. Es tan evidente que no merece la pena debatirlo. Los mercados saben leer, no ignoran lo que es el paro y no son del todo estúpidos.


Algunas voces aseguran que semejante escenario no es posible porque, de serlo, se estaría en plena revolución social, y señalan que mucho de ese desempleo es ficticio porque se trabaja en la economía sumergida. Es seguro que algo de eso hay, pero no es la explicación sustancial, porque para que exista economía sumergida lo primero que tiene que existir es economía, es decir, actividad empresarial capaz de crear puestos de trabajo, y esta actividad se vislumbra extremadamente débil. Si tenemos mas de 600.000 pequeñas y medianas empresas caídas en este singular combate, es obvio que eso implica millones de personas en paro. Ahora miremos el consumo de los grandes establecimientos: la caída es tan obvia como preocupante y el consumo se reduce por falta de liquidez, y la carencia de efectivo deriva de la ausencia de ingresos y estos de la inexistencia de puestos de trabajo remunerados. Todo conforma una cadena, así que mejor no especulemos demasiado con algo tan serio. Pensemos en nuestras familias y las de nuestros conocidos y amigos. ¿En cuantas podemos decir que no existe ningún miembro directo o indirecto que no sufra esa lacra del paro? Desgraciadamente hay un enorme paro real como la vida misma, y la emigración de jóvenes es auténtica, además de demoledora, y si existe paz social es debido sustancialmente a que todavía muchos cobran paro y a que las familias están contribuyendo a paliar la situación aportando todos los miembros ingresos al conjunto de una manera u otra.


Y no seamos cínicos: la agitación social de base es un hecho y se están produciendo ya manifestaciones concretas del estado de ánimo social. No sólo los acosos a los políticos en sus domicilios y al Congreso de los Diputados. Hay un estado social de fondo de irritación profunda, y negarlo es cerrar los ojos a la evidencia. Una cosa es que no exista un estallido social explosivo y otra cosa es que no corramos el riesgo de que el hartazgo colectivo se acabe manifestando con violencia. Conviene no despreciar las señales que llegan de la sociedad. Cuando la política padece de sordera respecto de una sociedad irritada, cansada, que se siente engañada, que lo está pasando mal, tanto jóvenes como mayores, empresarios como trabajadores, autónomos como empleados, pensionistas como perceptores de paro, en fin, todos los colectivos sociales, cuando frente a eso se dicen cosas como que los mercados avalan ese resultado económico-social, se corre el riesgo de añadir más leña a un fuego que ya arde suficientemente.


Hemos hecho -lo llevo diciendo varios años- una política tendente a defender a nuestros acreedores, lo que se entiende en cierta medida porque como no tenemos soberanía monetaria no nos queda otra que implorar dinero y ellos ponen condiciones concretas, y no les importa demasiado que el paro en España sea mayor o menor, ni que desaparezcan mas o menos empresas. Les importa cobrar sus deudas. Pero unos gobiernos, del signo que sean, no pueden, no deben llevar a un país a una situación como la que describen nuestras cifras. Además seamos sinceros: hemos reducido muy poco el déficit y sin embargo hemos aumentado la deuda pública, el paro, la inflación, las empresas en crisis, los empresarios cerrados, los trabajadores sin empleo, los autónomos sin actividad, los comercios sin ventas, los bancos reclamando dinero y sin prestarlo. Son tristes hechos. A los que hay que añadir algo que parece que van a decidir: reducir las pensiones o cuando menos recortar su poder adquisitivo y aumentar la edad de jubilación. Hay cosas que si son inevitables tienen que explicarlas bien, pero creo que en todo caso debemos cambiar el punto de mira y no añadir mas leña al fuego.

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