Opinión

Medicus et magister

Hoy toca recordar. En la vida existen sorprendentes concatenaciones y circunstancias, que como las fichas de dominó van cayendo unas detrás de otras, aunque a veces no logremos discernir sus intrínsecas relaciones. Hoy toca rememorar y evocar la figura del entrañable Javier González Lamelas y su truncado proyecto editorial llamado Eurisaces, en honor de Marco Virgilio Eurysaces, el legendario panadero encargado de suministrar a la Roma imperial tan divino producto. En su constante efervescencia intelectual, Javier me llevó hasta Edelmiro González Naval y su “Poesía Reunida 1988-2017”, una exquisita colección de poemas de la que recomiendo encarecidamente su lectura. A su vez, el veterano matemático y poeta encaminó mis pasos hacia Nuccio Ordine, filósofo y profesor italiano, uno de los mayores expertos en el Renacimiento y en la obra de Giordano Bruno, el clarividente fraile dominico quemado en la hoguera en 1600 por la incomprensión y la ignorancia de la Inquisición. 

Pues bien, en “Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal”, el maestro Ordine nos descubre los objetivos de un buen profesor: reconducir la escuela y la universidad en su función esencial, no produciendo hornadas de diplomados y graduados, sino formando ciudadanos libres, cultos, capaces de razonar de manera crítica y autónoma. Nada más y nada menos. Y entonces me he acordado de María y Marina, las dos futuras médicas de familia que recientemente han comenzado su camino de formación y con las que he compartido varias jornadas de consulta este verano, y también de Aurea, estudiante de pregrado en prácticas. 

Aún desconociendo los preceptos de Nuccio Ordine, compartimos en cierta manera sus recomendaciones y pensamientos, en este caso transferidos a la formación médica, un proceso donde el aprendizaje teórico y práctico, junto a las habilidades técnicas, bajo la persistente luz de la ética profesional, deberán dirigir a los futuros especialistas a algo más que la obtención de un título que les capacite para ejercer su especialidad, sino a convertirse en ciudadanos libres, críticos, empáticos y autónomos. 

Como el cincel que esculpe el mármol haciendo brotar del mismo la más hermosa escultura, el contacto permanente con el sufrimiento y la enfermedad del prójimo irá forjando al médico residente, facultando su crecimiento personal y profesional. Los expertos en pedagogía insisten en que la labor del maestro debe centrarse en dotar al alumno de las habilidades necesarias para buscar sus propios conocimientos. El éxito de la docencia radica en el estímulo de la curiosidad, indicando las sendas a explorar. Tan lejanas se me hacen ahora las clases magistrales, de las que apenas guardo grato recuerdo. Retornemos a los clásicos: medicus non est, magister est.

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