Opinión

CORRUPCIÓN DEL LENGUAJE

Ya en un pasado próximo asistimos al uso inadecuado del lenguaje, lo que hubo de suponer un acuerdo general para paliar ciertos entendimientos que llevaban a la más desoladora confusión. Me refiero al calificativo de 'comandos legales' con el que se definía a los corpúsculos terroristas integrados por miembros desconocidos o que nunca habían sido detenidos, y que a la postre inducía a dudar de su naturaleza al verse adornados de semejante orla lingüística.


Ese afán de camuflar o distorsionar la veracidad de los hechos ha ido evolucionando hasta comprobar de qué manera se pervirtió el término 'talibán', cuyo significado se asemeja a 'puro, sacerdote, observante de la ley islámica'. Occidente la emprendió a tortas con Afganistán porque Turquía se había negado a ser el corredor de acceso a las ambiciones de Estados Unidos en Iraq, y como golpe de efecto aquellos hombres que se defendieron legítimamente al ver su país ocupado por una fuerza militar hostil, pasaron de ser religiosos, transitando el concepto de talibán a asimilarse con el de terrorista.


Recuerdo que el término más trillado del primer gobierno de la UCD, acuñado sin duda por Adolfo Suárez, fue precisamente 'coyuntura', palabra que se repetía a gritos por todos los mentideros, y que se aplicaba indiscriminadamente a cualquier circunstancia aunque no tuviera nada que ver con ella. El gobierno de Zapatero imprimió fuerza a los términos 'implementar', que se convirtió casi en una vorágine. Y en un intento ilusorio de mostrar la crisis económica como una balsa de agua, la inflación se desvaneció bajo un manto de omisión para transmigrar a bautizarse con el neutro apelativo de 'deriva', que bien interpretado refleja la más cruda realidad del buque que carece de timón en mitad del océano a merced del capricho de las olas. A ello se le sumó la agrícola visión financiera de los 'brotes verdes'.


Pero lo fascinante es la ebria cosmovisión de la economía que esgrime el actual Ejecutivo, y concretamente el del titular de Hacienda, el señor Montoro, quien nos sumerge en el vahído de la luz al final del túnel, hoy sí y mañana tampoco, para abandonarnos en un trance vertiginoso de recesiones, crisis, victorias económicas, solvencia, carestía; bravuconadas y disculpas, alentadas por una arrolladora locuacidad de dimes y diretes parlamentarios que reflejan su evolución moral hasta la catarsis de sentirse en una torre de marfil, absolutamente alejado de la realidad del pueblo al que administra, cuando todo eso se define sencillamente como irse al carajo, así llamada la cesta del palo mayor desde donde el vigía se apostaba para avistar navío aliado o enemigo, tierra patria o nueva, agua o esperanza, pero siempre al precio de la soledad y del mareo. O sea, que ya van siendo horas de usar pulcramente el lenguaje y llamarle a las cosas por su nombre.

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