Opinión

¿Desbloqueo?

Resulta cuando menos estimulante observar como tras el debate de investidura, la minoría emergente no ha insultado en las redes sociales al resto de la cámara calificando al electorado de fascistas, como sucedió después de las elecciones gallegas al atribuirse la victoria el PP.


Este es por desgracia el sustrato de la lectura de lo que se avecina: “Señor Rajoy, le dejo presidir, pero no gobernar”, dijo el único ganador de la tarde, el portavoz socialista.


Porque sacudiéndose de encima a un Pedro Sánchez dimitido y alejado del área de influencia donde se cuecen las habas y se corta el bacalao, Antonio Hernando emerge como el rostro público del PSOE, aspirando a futurible gracias a un simple golpe de efecto.


Apoyar la candidatura a la presidencia del Gobierno atándole las manos al jefe del Ejecutivo es condenar a la ciudadanía a vegetar en tierra de nadie, anticipando una nueva convocatoria electoral dentro de seis meses a lo más tardar.


El ejemplo está el la Lomce, de la que se han suspendido las reválidas. Pero al no poder derogar ni aprobarse una nueva ley educativa hasta dentro de como mínimo tres años por haberse incorporado ya el material lectivo, la norma no contempla ningún mecanismo alternativo para acceder al bachillerato ni a la universidad, entre otras muchas cuestiones, dejando la duda de cómo se resolverá el futuro de los estudiantes españoles y planteando la ardua legislatura que le aguarda a los ciudadanos.


Porque Sánchez tenía razón en una cosa: “no es no”. Pero más que una negativa a una gestión o propuesta a presidir el hemiciclo, el “no es no” hay que aplicarlo a que donde no hay no se puede sacar. Cualquiera que sean las siglas que dirijan el país, habrá que amortizar la deuda soberana y el rescate bancario. Lo difícil es adivinar ahora de dónde se obtendrán los fondos para costear el estado de bienestar que propone Hernando, por otro lado sin duda deseable, además de una aspiración legítima para cualquier gobierno.


La sesión de confianza a Rajoy deja líneas claras. De la mano de Rufián, Izquierda Unida parece emitir el canto del cisne mientras Pablo Iglesias centra el debate en el PSOE —como si ambos tuvieran el carné de socialista—, consciente de que la formación de un nuevo gobierno desinfla sus aspiraciones por no haber comprendido que nunca es bueno hacerse enemigos que no estén a la altura del conflicto, amenazando con diluirse como ya sucedió con formaciones análogas como UPyD, por más que se sentara a la diestra de Dios Padre.


La consecuencia de lo que más de uno calificaría como suicidio político de Rajoy, oculta la estrategia que ya demostró el gallego desde la debacle de diciembre de 2015: silencio y paciencia, a sabiendas de que resistir es vencer. Quienes no lo tienen igual de halagüeño son los ciudadanos, quedando como rehenes de los intereses de unos partidos políticos empeñados en obviar que los pleitos no durarían tanto si el error estuviera de un sólo lado, tal como cada portavoz ha querido sostener, dejando entrever el germen de la ingobernabilidad.


Sí, cierto es que la política hace extraños matrimonios, pero el futuro de la legislatura no se aleja de una oscura maleza. Basta recordar las palabras del filósofo y biólogo galo Jean Rostand: aunque parezca susceptible de unir, nada divide tanto como la verdad.

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