Opinión

Equidistancia

Vaya por delante que en España los apellidos eran en origen patronímico, es decir, identificaban al padre. Así el hijo de Rodrigo se apellidaba Rodríguez, el de Sancho, Sánchez, el de Fernando, Fernández, etc., pero ante la confusión que podía provocar un nutrido grupo de nombres y apellidos replicados, se planteó como solución incluir toponímicos, como Baeza, Oviedo, Valencia, y otros. 

Esta opción se amplió con localismos de procedencia como puede ser de la Fuente, del Pozo, del Palacio o de la Cuadra, para complicarlo aún más, dando carta de naturaleza a aquellos que quedaban excluidos, evitando el estigma del expósito: de la Iglesia, de Dios o del Convento, a los que se suman otros por el estilo, perdiendo con el tiempo la partícula “de”. Los portugueses, más finos en muchas cosas, prefirieron anteponer el apellido de la madre porque sobre ésta no gravitan dudas relativas a su identidad.

A este galimatías se le suma otra variante, la de los apellidos de cualidades físicas o morales como puede ser el caso de Bravo, Rubio, Leal, Bello, Crespo, Lozano, Cano o Hermoso. Otra complejidad la constituyeron los llamados “marranos” en el siglo XV, que era el calificativo que recibían los judíos conversos de hasta la tercera generación, quienes tras el Decreto de Expulsión de los Reyes Católicos decidieron permanecer en España, tomando por apellido el nombre común de animales para no “ofender” a los llamados “cristianos viejos”. De ahí salen apellidos como Vaca, Pato, Jato, o las versiones lingüísticas como es el caso del gallego: Pita, Coello, etc.

A todo esto hay que añadir los ocupacionales, muy utilizados en colonos destinados a poblar o repoblar territorios, que designaban la profesión u oficio de quien lo detentaba y que se enriquecía en sus deudos ya que, no existiendo profusión de escuelas, por ley se heredaba el oficio, al tener en la misma persona al progenitor y al maestro. De aquí surgen apellidos como Pastor, Herrero, Boyero, Mamporrero o Rufián. Es este último apellido el que interesa, Rufián, que según el diccionario de la Real Academia de la Lengua española, además de definir a una persona sin honor, perversa y despreciable, designa a un hombre dedicado al tráfico de la prostitución, constando como sinónimo en tal oficio, por si las dudas, proxeneta, chulo, macarra, gancho, lenón, alcahuete o mediador.

Así es como pasamos a uno de los personajes de la actual política más conocido por su apellido, Gabriel Rufián, quien pese a poder invocar la actividad de sus antepasados y sus frecuentes chascarrillos y encontronazos con otras figuras públicas, ha sabido poner los puntos sobre la íes en la actual situación de Pedro Sánchez, al dirigirse a él recientemente en el Congreso señalándole que  ahora “Está sintiendo en su carne la guerra sucia, ¿qué piensa hacer?”, en el contexto del acorralamiento a su mujer, Begoña Gómez, por la apertura de diligencias por tráfico de influencias y corrupción en los negocios.

La respuesta del PSOE y sus socios fue salir a gritar, acusando al PP y a Vox de cargar contra la vida privada del Presidente -cuando la única respuesta por su parte ha sido machacar a Ayuso, en una muestra escandalosa de unilateralidad- , en lugar de dar una simple explicación convincente a la que todos los ciudadanos tienen derecho, con independencia de partidismos e ideologías. 

Pero lo cierto es que la denuncia no procede de ningún partido sino del Sindicato Manos Limpias -léase el Colectivo de Funcionarios Públicos Manos Limpias-, ese mismo que al PSOE y los integrantes de Sumar no le incomodó su denuncia en el caso Infanta Cristina, el de Rodrigo Rato y Blesa, el de Samuel Ettó, o la causa que juzga a la Real Federación Española de Fútbol, pero que no encajan cuando actúa en los casos de corrupción que les afecta como el de los Eres de Andalucía, el de Baltasar Garzón o el actual de Begoña, olvidando el principio de equidad esencial por el que la Justicia tiene que ser para todos, ya que no debe haber otra opción que la verdad y la justicia, diga quien la diga y a favor o en contra de quien sea, porque como defendía Simón Bolívar, la Justicia es la reina de las virtudes republicanas y con ella se sostiene la igualdad y la libertad.

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