Opinión

La media europea

Tras la toma de posesión de Juncker como presidente de la Comisión se evidenció la constitución de una compleja trama involucrando a paraísos fiscales como Gibraltar, Delaware e Irlanda, mediante el uso de sociedades que operaban a través de Chipre, con oficinas pero sin empleados ni actividad, que permitió a más de trescientas multinacionales escaquear los impuestos que tenían que haber satisfecho entre los ejercicios de 2002 a 2010, pérdidas tributarias que en el caso del Tesoro Público español, aún no imputando a ninguna empresa nacional, presuntamente salpica las operaciones de Pepsi, HSBC y Burberry en nuestro territorio, con la consecuente pérdida patrimonial para los españoles.

Este proceso de ingeniería fiscal permitió desviar a Luxemburgo el cobro de esos gravámenes en condiciones beneficiosas para cientos de empresas, mediante acuerdos secretos con el gobierno ducal. Con este alboroto aún fresco, perpetrado mientras ejercía las funciones de ministro de finanzas y primer ministro del Gran Ducado de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker se suma a la lista de corruptelas que sacuden la vida política europea. A diferencia de otros casos, el político actuó a lo que se ve dentro de la legalidad y el refrendo de todo su gabinete, pero manifiestamente con una moral absolutamente discutible. Este escándalo se acumula a aquellos por los que fue juzgado Berlusconi por fraude fiscal en el sumario Mediaset, siendo presidente del Consejo de Ministros de Italia.

Las causas en España se amontonan de tal manera que cuesta ya señalar a un solo culpable, y no es de extrañar porque para manipular, depredar, desvirtuar y corromper la cosa pública, no basta con la acción de un solo individuo: investigaciones judiciales como la operación Malaya pusieron de relieve la necesidad de un nutrido grupo humano involucrado en las distintas áreas del poder para poder llevar a cabo fechorías de tamaña magnitud. Y en tanto a eso le siguen los ERE, la trama Gürtel, la operación Zeta, los Pujol, la operación Púnica, el caso Noós, la Pokemon o el Palma Arena por citar algunos, ahora le toca el turno a nuestro vecino luso de detener su ex primer ministro José Sócrates, manteniéndonos a todos en vilo ante la eventualidad de que tire de la manta para comprobar cuántos más caen. 

Lo malo de todo esto es que nos estamos acostumbrando a vivir de tal manera en un clima de corrupción, que nuestros políticos no tardarán mucho en hacer balance para convencernos de que rondamos alguna media europea ocupando un puesto poco relevante en la materia, para acto seguido acabar diluyendo unas responsabilidades y contentando a la plebe con el ajusticiamiento de alguna cabeza de turco, mientras una chusma de políticos cínicos viven en la abundancia merced al dinero usurpado a los españoles.

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