Opinión

EL CROISSANT

La elección del tema para escribir cada domingo desde el rincón de mi nombre, que también es rincón del alma, suelo decidirla habitualmente en base a un hecho o noticia última que agita un tanto el estado inalterado de mi conciencia. Pero no siempre, como hoy, donde frente a la carta al político, con la negrura que me inspira su ejemplo continuado, gana hoy la partida la alegría del magnífico sol de la mañana sabatina que me estimula hacia otro campo más intrascendente, costumbrista, chorra, pero que da juego para cumplir con la obligación comprometida, sobre todo si vienes al teclado tras el desayuno.


Porque escribiré sobre el croissant y su sabor. Desde luego no hay cuernos que sepan mejor. Al contrario de los dolorosos que provocan las traiciones e infidelidades humanas, los cuernos del cruasán nos abren el apetito de lo buenos que están. La media luna bollera, que a pesar de nacida en Viena se toma por francesa, ha extendido su atractivo a las bocas de medio mundo, de tal manera que en cualquier bar o cafetería se sirve a todas horas, pero, sobre todo, como me ha tocado a mí hace un momento, en el desayuno. Tan rica resulta su masa mojada en el café que no hay quien se resista a su encanto, a no ser por problemas de dietas u otras rarezas que son excepciones al bocado apetitoso. Incluso ahora, que estamos en crisis y existe mucha competencia de locales que viven del gusto carnal por el alimento, y para poder captar al cliente, mucho establecimiento sirve un cuerno del pastelito de hojaldre con mantequilla como gentileza gratuita y pareja del café que pedimos; la estrategia es buena, pues funciona para subir un pelín el precio de la consumición al no cuestionarse que se mastica mejor el pastel que entra en boca como regalo al que no se mira el diente o los diez céntimos de más en este caso.


Pero este detalle sabrosísimo nos hace picar llevándonos a veces a comer más de la cuenta, o comer negativamente, por simple aprovechamiento de lo gratuito (tendencia que observamos tantas veces en las colas grandes de personas que se forman esperando a que les den cualquier cosa en stand publicitario; y cualquier cosa es cualquiera, porque muchos se ponen a la cola sin saber siquiera el objeto que les van a regalar). Pues bien, con motivo del obsequio referido, los listillos pedimos, primero y solamente, un café de desayuno, a fin de rebañar el cuerno de regalo que nos ponen con él, para después completar el pedido con croissant a mayores, o, lo que es peor e inducido por la variación de alimento, una tostada de pan con mantequilla que está cojonuda pero que nos repite posteriormente como un 'pepito grillo' estomacal hasta el arrepentimiento; porque después la báscula nos informa cuantitativamente de la penitencia del mayor peso que sentimos al andar.


Así pues, el gancho del cuerno regalado del cruasán consigue engancharnos al exceso que pagamos caloríficamente, y la gordura contra la que luchamos por obvias razones de mala grasa se descojona de nuestros esfuerzos al respecto. Como también la seducción del placer inmediato (que dura un abrir y cerrar de boca) junto a la capacidad de atracción de lo que es gratis, logran que este cuerno de croissant con tostada de pan añadida se vuelvan ya un poco más cuernos de amor que cuernos sabrosos. Ñam ñam.

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