Opinión

HASTA EL GORRO DE TANTO CORREO

Estar hasta el gorro es estar hasta las narices pero dicho más suavemente quizás, y sin ningún quizás de duda resulta más suave que decir hasta los huevos. Estar, de algo, alguien o simplemente de uno mismo. En este caso apunto a los 'alguien', terceros que se meten en la vida del prójimo como lagartijas a través de rendijas que han dejado francas para esta fea y nada placentera penetración las modernas herramientas del progreso tecnológico de la comunicación. Por supuesto todos celebramos cualquier nacimiento aunque lleve aparejado su propio dolor, si no de parto sí de cierto plano cultural que da lugar al hecho de poder estar conectados al mismo tiempo y en tecnicolor, la imagen es fundamental, con quienes deseamos y para los que abrimos cuenta de correo, facebook, twiter, linus, linkendin o dios sabe la cantidad de programas y fórmulas posibles que serán a partir de hoy y de similar propósito. Festejamos, naturalmente, estos inventos porque así pensamos que estamos mejor comunicados con el mundo, aunque la verdad es que si rascas un poquito en el fondo de la cuestión va a ser que no, que, a veces al menos, no es así sino más bien al contrario, que a cuanto mayor contacto cibernético más superficialidad y menos profundidad sentimental.


Si nos fijamos, por ejemplo, en los correos electrónicos que recibimos habitualmente la mayor parte de ellos están afectados e infectados de un virus contagioso y mortal, el de la publicidad y propaganda. Porque todo es susceptible de querer venderse a todo dios, basta este deseo mercantil del emisor, aunque hablemos de ego como producto, que si posee nuestra cuenta de correo estaremos recibiendo de continuo su mensaje de compraventa, como si la vida y cualquier relación tenga que pasar necesariamente por su plaza de abastos. El mensaje llega dentro de mailing dirigido a una simple libreta de direcciones sin tener en cuenta aquella dirección que fue facilitada para otros fines, pongamos por ejemplo sencilla relación personal, pero no importa, el caso es enviar. Y si es gratis el envío, ese uso no hay quien lo pare, es ilimitado, lo que curiosamente nos provoca a alguno el deseo de que deje de serlo a fin de ayudar a la prejubilación del abusador.


Da igual hablar de esta forma de comunicar si el contenido recibido por correo electrónico fuese, por Muy Interesante, hasta de agradecer. Pero es que, para más inri, la cosa va por otros derroteros de cero-cero, doble cero, o rien de rien. Así que esta libertad que se arroga un tercero, simplemente por la facilidad tecnológica, de irrumpir en la casa del prójimo, 'E.T, teléfono, mi casa', es lo que me tiene hasta el gorro, huevos, y mismísima vergüenza ajena por burda operación. Además, sinceramente, a mí me duele ver cada día demasiados mensajes al abrir mi correo electrónico. Porque de la alegría inicial de pensar que significo algo para mucha gente paso en un plis-plas a la rabia contenida de comprobar que ninguno se refiere a nada personal e interesante y que solo soy una posibilidad más para particular medre de alguien. Desde luego ninguno de estos correos puede avivar mi afecto al ser consciente de que son emitidos para grupo en el que uno no es Uno sino simple número. Pero lo peor aún puede suceder, y es que algún día tenga verdadero problema provocado por la irritación acumulada de este abrir la cuenta de mi correo con todos estos invasores dentro y ofuscado por ello conducirme a las teclas del borrado general cargándome al mismo tiempo la excepción que venía dentro del paquete, y que sí traía un interés y sentido propio. ¡Ojo, que así un vehículo de comunicación magnífico nos lo podemos cargar poco a poco con este exceso de revoluciones y envíos insulsos y palizas.

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