Opinión

DE LENGUAS

Ni de la de mar ni de la sin hueso, hablemos de lenguas en combate idiomático, de orquestas de sistemas sintácticos que se aprehenden con el oído de forma tan natural como se prende con la mano el primer sonajero y se aprende su sonar. Hablemos de lenguas y lengua materna, la primera que se oye vía vientre materno y posteriormente en boca tan cercana a la teta que mamas. Lengua de la madre que te parió, sea de donde sea, esté donde esté el lugar donde asome tu cabeza al mundo la primera vez, más allá de ningún límite de atlas, y que sin duda es primera influencia en la vida del ser humano que ella misma echa a la luz, tu cuerpo a tierra o pies al suelo.


Uno es hijo de mujer que no de tierra por mucha dialéctica poética que desee transformarla en biológica célula, como tampoco uno es hijo legionario de la muerte por mucho cristo que alcen y canten algunos, o no es hijo de puta por mucho que a uno no lo quieran si madre no ejerció de meretriz. Esto es así, real, a no ser que se viva en la metáfora o en la ficción de propia novela. Así pues tengan todos por lengua la que ustedes quieran que cada cual sabe cuál es su primera lengua, esa que decía materna, en mi caso además respaldada por ser también paterna y del resto de personas próximas a mi chupete, donde sintaxis y fonética me mecieron en un común colo, cuya entonación lleva hasta decirme 'gallego' allá donde fuere, sin lugar a dudas ni retrocesos ante nadie, mucho menos ningún gracioso imitador de televisión sin ningún humor. Y es que lo que es de uno, del individuo, se lleva tan dentro que no lo cambia ningún experto o ninguna política ni moda cualquiera, pues incluso en edad de traste te lo han metido hasta cantándote las cuarenta.


Pues bien, si tengo tan clara mi lengua materna ¿quién me dice que lo mío es oscura confusión, que la mía no es la mía sino la de ellos, la de ellos y de nuestra tierra? Claro que esto lo dicen los menos, aunque a veces parezcan los más de tanto meter ruido en el silencio de los demás, sin tener en cuenta aquello que decía Heidegger de que la lengua nos habla y posee, que no al revés. No habla así, desde luego, la lengua de tanto pontífice del hecho diferencial que con su animadversión hacia aquel que no comulga con sus ideas lo único que consigue es mayor alejamiento a su iglesia gramática, por asociarla, aunque sea indebidamente, a sus maneras y falta de respeto. Saber hablar las lenguas cooficiales que puedan coexistir en una tierra como la nuestra debe ser una necesidad pública, pero desde tal premisa básica cada uno que hable la que le de la gana y con quien le parezca, sin tener que pedir perdón o permiso al normativizador de turno, que, en demasiados casos, ha hecho de la normalización vulgar negocio. Recordemos las palabras de Carlos Casares, 'coa Lingua un establece relacións afectivas, non só normativas, que costa traicionar (ou traizoar)'.


Pero en esta reflexión auspiciada en parte por la fiesta de ayer asoma ya un tercer elemento que parece una vía del medio para hacer contrapeso político en el problema de nuestra diglosia, la irrupción del inglés no solo en el colegio sino en la propia universidad, que ha planteado el uso de este idioma extranjero para impartir ciertas materias de estudio. Entiendo el ansia de la universidad por reconvertirse en agencia de colocación para la mejor emigración, pues así tendrán más clientes, pero que el inglés sea idioma oficial en el que aprender fisiología o el código civil, por poner dos ejemplos, que quieren que les diga, que ni galego ni castellano sino inglés para todo dios y acabose cualquier discusión. ¡Carallo!. Incluso acabose discusión sobre el conocimiento mejor de las materias. No, si al final resultará que mi madre es Elisabeth y que Shakespeare mi padre.

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