Opinión

RADIO DE MEDIANOCHE

Amedianoche, tal vez recién pasada una nueva hoja del calendario, ya en la cama enroscado y enrocado del día vivido puse la radio. Moví el dial, como suelo hacer, para buscar lo que no encuentro muchas veces, otras sí a dios gracias. Me paré entonces en pleno programa de fútbol y empecé a alucinar: el redactor comentarista, que resulta cada día más difícil de distinguir del ex futbolista o famoso que acompaña al profesional en cualquier tertulia de radio, estaba embalado diciendo insensatos panegíricos del tamaño de: 'el niño que hubiera visto ese día jugar a Iniesta en directo recordaría toda su vida la fecha y hora de tal actuación porque éstas son las ocasiones que en la vida no se puede perder nadie', por supuesto, no perder como simple humo de vulgar chimenea vaticana. Con este tono de loor y admiración cual si el jugador de fútbol fuera Dios, el énfasis empleado añadía descomunal despropósito por no distinguir lo banal de lo serio, el juego de pelota del juego de la vida que naturalmente trasciende de esas rayas de cal viva sobre la hierba. El hombre, además, por la entonación parecía estar encantado de su propia declamación balompédica, cual si se sintiera particular Juan Ramón Jiménez de calzones cortos y camisetas. Sentí rubor, aún peor, sentí miedo. Allí no había sentido común ni proporción, ningún otro principio u objetivo que el que gira y gira como propio balón o cabeza hueca de cuero. Solo fútbol metafísico, ¡hay que tener pelotas!


Cambié el dial, me habían sobrado escasos cinco minutos en torno a esta anterior frase lapidaria para horripilarme suficientemente, y caí en una FM de éstas que con música entrelaza bromas y carcajadas estentóreas que solo salen de los locutores; pero no porque exista -que la hay- la imposibilidad técnica de escuchar reírse al personal receptor o audiencia sino, sencillamente, porque no tienen puñetera gracia. Y abrí los oídos bien porque creía que estaba escuchando mal, pues al tono exagerado habían añadido sensible temática y comenzado a hablar de sexo sin ningún tipo de pudor, que parecía más bien falta de respeto a una mínima sensibilidad humana, o más bien rebuznos animales que palabras. Y que conste que nunca fui estrecho en cosas de sexo, pero es que resulta de tan mal gusto escuchar a alguien contar sus secretos más íntimos tan grotescamente y públicamente, sin ningún respeto hacia sí mismo/a, que la cosa acojona un poco. Fuera de cualquier deseo erótico que despierta la sana imaginación y la mejor pulsión, parecían más que personas sexos sueltos peleando con la simple carnalidad sin tacto ni beso. Claro está, cambié de canal también.


Al lado fronterizo encontré un misticismo religioso de meliflua vocecita que vendía tan fuera de juego estampitas de no sé qué que casi sin posarme en él me expulsó de su paraíso. Qué curioso, dos extremos a una distancia hertziana de mínimo toque. Y llegué a Milenio 3, que me atrapó hasta el sueño, bien es verdad que no sé muy bien si debido a un sueño inducido de tanto viaje perdido, o bien porque el tema fuera nana que me meció en cierto interés; no recuerdo bien, pues me dormí.


Pero esta odisea de vuelta al sueño, recuerdo de una noche insomne de invierno, no es única desgraciadamente. Podría hablar de otros viajes nocturnos por las radios del país, de 'Hablar por hablar' y acabar con el folio mojado de tanto drama escuchado en tal programa y tanta alma solitaria que solo encuentra compañía en el rato tasado que le concede su cadena de radio; o del eco repetidor de cualquier programa diurno que se deja pinchado cual sereno que abrirá la llave al nuevo día, nueva programación. Y decía antes, ¡desgraciadamente!, porque escucho la radio muchas noches demasiado al no poder dormir con tanto dato escabroso que cada día marca nuestro devenir inmediato. Y es que cualquiera duerme bien sin temer que el gobierno venga y te robe la cartera. Off.

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