Opinión

De ratas y urbanismo

Aunque parezca increíble tengo que contarles que en mi ciudad circulan ratas por la calle. Ciertamente. Por chiripa yo aún no he tenido ocasión de toparme con alguna de ellas pero a puntito estoy dado que se ha refugiado en mi casa laboral alguna persona asustada de toparse de bruces con ellas. En particular la rata que asustó a mi amiga Mariela era de tamaño de gato; según ella no es la primera que ve saliendo de algún portal cercano a su trabajo. Recientemente otras personas me habían dado aviso de lo que corre por el barrio, que no es un barrio abandonado por más que le falte a veces el alumbrado sino céntrico como es Cardenal Quevedo, pues que corre algo nada agradable para la visión humana y aún menos para la salubridad. Este tramo callejero donde sí hay agradables y eufemísticas ratas de biblioteca, de familia homínida que no múridos, no en vano tenemos dos librerías próximas además de contar con propios ávidos lectores cercanos, decir ratas ‘de las otras’ es decir falta de campañas de higienización y desratización, que son tan convenientes si tenemos en cuenta la capacidad de transmisión de enfermedades graves que tienes estos animalillos. Que no es fácil acabar con ellas lo sabemos, pues son astutas y se reproducen con coitos de dos segundos y en menos del mes, ¡hala!, ya nos traen otra veintena de ellas al mundo, pero ignorarlas es peor y no solo por su poder de intimidación, que hace subirse a las alturas a cualquier humano poco dado al naturalismo sin saber que ellas escalan por paredes lisas sin problema, sino por la percepción de negligencia en la limpieza de la urbe.

Lo anterior y mil detalles más es lo que hacen de una ciudad la ciudad que nos puede urbanizar la cabeza positivamente y al mismo tiempo enorgullecernos de ella. En primer lugar habría que comenzar, pues, por apartar de la vista de la ciudad a todas las ratas, incluso algunas humanas que nos gobiernan (mira que no hay asuntos en España donde están imputados gobernantes locales por rateros de lo público y lo púnico) que se comportan como verdaderos animales por particular lenguaje y única conveniencia. Después de limpiar unas y otras ratas, que es asunto principal, nos pondríamos a humanizar la ciudad invirtiendo la mentalidad actual que nos pone al servicio de las máquinas. O sea que, por ejemplo, en lugar de dar más cancha a los coches, que de momento son máquinas hechas para trasladarnos a los humanos y no al revés, nos podríamos dar más espacio a las personas y ampliar todas las aceras de la ciudad. Al principio una medida de este tipo, donde se erradica de la ciudad el protagonismo insano de los coches que ahoga el mejor latido humano (tal como ocurre hoy), no solo hablo del centro histórico, puede ser controvertida en principio e incluso muy contestada, pero con el tiempo su beneficio torna las críticas en alabanzas. No digo que no se dejara circular lo necesario, pero sí que se hiciera solo lentamente, y que los disuasorios aparcamientos fueran subterráneos y económicos de gran tamaño a las entradas de la ciudad. Para comprender lo que sería solo hay que mirar hacia una ciudad próxima como Pontevedra, premio europeo o mundial (no recuerdo bien) a ciudad humana precisamente por su planteamiento peatonal y en la circunvalación una velocidad limitada a treinta kilómetros por hora. Si, ya sé que tomar medidas de calado siempre es arriesgado políticamente, y para quienes viven del cuento es mejor no arriesgar cero, y que también inicialmente siempre tiene en contra a una parte del pueblo, pero comparen la visita entre la ciudad citada y la nuestra y después elijan. Además, ¿quién es el alcalde actual con mejor valoración gallega? ¿Cuál las encuestas municipales le dan una victoria absoluta próximamente? Pues sí, el de Pontevedra. Pues queda aquí la idea, que en lugar de ratas y posibilidad de hacer rallyes por la Avenida de la Habana, vengan bulevares y bancos donde reposar los ciudadanos y degustar sus encuentros espontáneos.

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