Opinión

BANDOLEROS

Ya es casualidad que la misma semana en que se nos ha ido Sancho Gracia, el Curro Jiménez de la mítica serie, haya llegado Sánchez Gordillo, el alcalde de Marinaleda, dispuesto a emular las proezas de aquel bandido amable que vivía en la Sierra Morena de la ficción televisiva y que, allá por los setenta, nos deleitaba con sus aventuras y con su incansable lucha contra el invasor francés.


Ya es casualidad, digo, que muerto el bandolero de mentira, le haya salido un imitador de verdad, aunque sea sin caballo y sin trabuco, ataviado con una palestina y con una barba de reminiscencias castristas, de esos que acampan en fincas militares y campan a sus anchas por el súper de turno. Un imitador que intenta ser, salvando las distancias, el bandolero bueno de los tiempos modernos, aunque en realidad no pase de ser alcalde y diputado, asalariado a dos bandas y aforado a una, con despacho oficial, billete de primera clase a Venezuela y, cómo no, con el pretexto fácil de quien dice que 'expropia' a los ricos para dar de comer a los pobres.


Lo sencillo siempre ha sido disparar con pólvora del rey o, como en este caso, hacer caridad con cargo al bolsillo ajeno. Algo a lo que siempre hemos sido muy dados los españoles que, por un lado, pedíamos que el Estado destinase el 0,7% de sus presupuestos a ayudar al tercer mundo y, por otro, llenábamos el sobre del Domund con las calderillas que nos estorbaban en el bolsillo. Y eso es lo que ocurre ahora con los que asaltan los lineales del arroz, las legumbres y el tomate frito: dicen que hacen justicia social o que remedian un problema, pero lo hacen a cuenta del Sr. Roig o de los accionistas de Carrefour. Y así, qué quieren que les diga, cualquiera.


Lo difícil es rascarse el propio bolsillo y ahí es donde querría yo ver a Sánchez Gordillo y a sus secuaces: dejando de tomarse unas cañas y unas bravas y dedicando ese dinero a ayudar a una de esas familias que no tienen qué llevarse a la boca o que no pueden pagar la factura de la luz o afrontar las cuotas de su hipoteca. Ahí es donde querría yo verlos y no forcejeando con las cajeras del súper, que son sus compañeras proletarias. Si tienen que expropiar, que comiencen por ellos mismos, que den ejemplo y que no se echen al monte ni al centro comercial. Porque esto no puede ser la ley de la selva y porque Curro Jiménez ha muerto.

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