Opinión

CHINA NO CAMBIA ASÍ COMO ASÍ

El secretario general del Partido Comunista Chino nombrado esta semana en el XVIII Congreso, Xi Jinping, un ingeniero químico de 59 años que será presidente del país el próximo mes de marzo, es un orgulloso nacionalista convencido y seguidor de la línea ortodoxa de la ideología comunista, según sus biógrafos. Pocos cambios, pues, se avizoran con él al frente del gigante asiático que se aleja de la democracia con velocidad regular de crucero.


Mao Zedong ha implantado en China, tras una revolución que causó 70 millones de muertos ,un sistema de gobierno dictatorial y totalitario, oscurantista a ojos occidentales, que ya va por la quinta generación de dirigentes. Acabamos de asistir a un relevo en el que se ha prescindido de los viejos militantes para darle el poder a la última hornada de mediana edad. El comunismo, entreverado de prácticas capitalistas, es ya de rancio arraigo en China.


¿Quién es Xi Jinping? Doctor en teoría marxista, protegido por el influyente anciano Jiang Zemin según informan los sinólogos, fue elegido por consenso después de varios tamices. El serrallo del nuevo gerifalte fue la nomenclatura, se trata de un 'principe' de la clase dirigente, su padre fue uno de los líderes revolucionarios chinos de primera hora. Tuvo un espíritu rebelde, criticó la represión de las protestas en pro de mayor democracia en la plaza de Tiannanmen, durante la Revolución Cultural, se le recluuyó en el campo de trabajo Shaanxi y fue luego encarcelado cuatro veces, lo que forjó su carácter. Su suerte cambió radicalmente después, cruz y cara, subió peldaño a peldaño hasta llegar a ser secretario general del PCCh en Shangai, la ciudad más populosa del país; más adelante se encargó éxitosamente de la organización de los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, está muy lejos de ser un desconocido.


Le son familiares las direcciones colegiadas -y esto es clave- formará parte de los siete hombres fuertes que controlarán a partir de ahora el vasto país, según los análisis de la prensa occidental que tratan de penetrar los arcanos chinos.


'Pekín no exporta hambre ni va liándola por ahí', son sendas frases reveladoras de la actitud desafiante de Jinping. Un dragón amenaza su mandato, la corrupción generalizada y los sobornos en pleno régimen comunista; para vencerlo, necesitará algo más que un caballo y una lanza como en la famosa leyenda  de San Jorge.


En la actual China, las cifras han llegado a ser ciclópeas: el Partido Comunista cuenta con 82 millones de miembros, es el mayor de todos los tiempos, 2.270 delegados han participado en el XVIII Congreso, 376 miembros uniformados componen el Comité Central.


El capitalismo de Estado chino en un régimen comunista es la historia de un éxito. Hoy en día se adelanta para este año un crecimiento del 7,5%, que contrasta con un débil 2,8% en EEUU. En su discurso de despedida, el último presidente chino, Hu Jiantao, aseguró que el Producto Interior Bruto (PIB) y los ingresos per cápita se duplicarán para 2020, cumpliendo los planes decenales. La economía, pues, va viento en popa aunque ya se planee cambiar el modelo actual, basado en las exportaciones y en la inversión, que se considera agotado. Único bemol -pero de envergadura- a esta bonanza: la falta de libertades generales y también económicas, la dictadura de la planificación, en la que no se tiene en cuenta ni a los individuos ni a las familias, hace poco que la prensa británica anunció que se iba a relajar la política del hijo único, implantada hace 40 años, a partir de 2015 y cuyas infracciones eran severamente castigadas con multas a la renta.


En el Techo del Mundo, a 4.500 metros de altura, se halla en lo alto de la cordillera del Himalaya la meseta de Tibet: 1.228 km2 de superficie y 2,8 millones de habitantes cuya religión es por abrumadora mayoría el budismo, confesión de la que hay 10.000 monasterios esparcidos por el país. La organización del pueblo de Tibet es, pues, monacal y teocrática con un líder espiritual, el Dalai Lama, que vive en el exilio en India desde que encabezó un levantamiento -fracasado- contra Pekín en 1958. Se ha convertido en un símbolo de la represión china y fue recibido últimamente en algunos países europeos pero no en España.


Estos días, en vísperas de la subida al poder del nuevo presidente chino, Xi Jinping, seis monjes tibetanos se han inmolado a lo bonzo para llamar la atención del mundo sobre la represión a que está sometida la religión y la cultura de  su pueblo. Tibet es la 'china' en el zapato de la inmensa República Popular, una nación continente de 9,5 millones de km2 y la más poblada con 1.330 millones de habitantes. Los tibetanos son inmensamente menos, pero plantan cara con el único medio a su alcance, la no violencia y la inmolación. Desde marzo de 2010 se han suicidado prendiéndose fuego 69 monjes, calificados burdamente siempre por las autoridades chinas de terroristas y marginados. A los pies de la cumbre más alta del globo, el Everest, se libra una pugna desigual entre las creencias medievales de los monjes y los postulados del Partido Comunista Chino.


Los monjes han conseguido conmover a la opinión mundial y a la ONU, que pide al gobierno de la República Popular China que tenga en cuenta la 'grave frustración' de esta minoría, según hizo notar Navy Pillay, máxima representante de las Naciones Unidas para la defensa de Los Derechos Humanos. Asimismo pidió también a las autoridades chinas que permitan visitar Tibet a observadores independientes y que no haya restricciones a que los periodistas extranjeros visiten e informen sobre China. En su descargo, Pekín aduce que ha acabado con la servidumbre de la población al pueblo de los lamas, que los tibetanos disfrutan ahora de libertad de culto, de autonomía política y que tienen un mejor nivel de vida debido a las inversiones efectuadas por el Gobierno central. Es un conficto que puede eternizarse.?Busquemos algunas enseñanzas en la literatura china actual. ?Precisamente acaba de ser elegido por la academia sueca Premio Nobel de Liteartura 2012 el pasado mes de octubre el escritor Mo Yan por sus cuentos populares y campesinos de realismo mágico, visionario y fantástico que parecen probar que la creación literaria china se refugia en la irónica ficción. Y eso que este narrador está bien visto por las autoridades chinas, que no lo rechazan de plano como hicieron con el premio Nobel de la Paz 2010, Liu Xiaobo. Un entronque inesperado con la literatura latinoamericana: Yan se inspira en otro Nobel, Gabriel García Márquez, al que dice admirar y se entrevistó con otro más, Mario Vargas Llosa, con el que realizó un diálogo brillante y divertido en una visita a China. El verdadero nombre del ganador es Guan Moye pero prefiere utilizar el pseudónimo de Mo Yan, que significa en mandarín 'el que no habla' para recordarse a sí mismo, -prolífico escritor- la importancia de los silencios.

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