Opinión

Francia, de nuevo en una encrucijada

Finalmente, Nicolas Sarkozy tuvo que adelantar su anuncio de presentarse a las elecciones presidenciales porque no las tenía todas consigo ni mucho menos en cuanto a su resultado. Necesitaba un impulso suplementario, un revulsivo. Y no lo dudó, decidió tomar el toro por los cuernos.

Los electores parecían darle la espalda en las proyecciones de voto. Por ello, emprendió una campaña con mucha antelación el pasado quince de febrero para mejorar sus posibilidades de ganar que sólo eran de 50-50, y eso según las favorables estimaciones de sus partidarios. Todo ello aboca de nuevo a Francia a las urnas y la coloca ante una gran incógnita que enfrenta otra vez a la derecha y a la izquierda en el país que usó por primera vez ambos términos y en el que más perduran.

Francia está de nuevo en una encrucijada. Esta vez, la confrontación no puede ser más clara: de un lado, el arribista Nicolas Sarkozy y de otro, el socialista François Hollande. Dos Francias, la conservadora y la reformista frente a frente. Nicolas Paul Stéphane Sarkozy de Nagy-Bocsa, nacido en París en 1955, de ascendencia judía y húngara, no suele usar estos apellidos ni hacer referencia a sus orígenes, que rechaza. No habla húngaro, está totalmente integrado, es un producto del “melting-pot” (crisol) de la sociedad francesa en buena parte formada por inmigrantes. Católico practicante, dice tener como guía y ejemplo al Papa Juan Pablo II. Abogado, de gran facilidad de palabra, de extraordinaria capacidad de trabajo que no delega nunca, tuvo una irresistible ascensión en el partido conservador UMP (Unión por el Movimiento Popular) cuyos escalones ascendió uno a uno hasta llegar a ser alcalde de Neuilly, barrio chic de la capital francesa y trampolín de su carrera.

Lo primero que hizo al resultar elegido presidente de la República fue celebrarlo en un restaurante lujoso de los Campos Elíseos, “Fouquet’s”, y luego ir de crucero en el yate de su amigo, el multimillonario Vincente Bolloré, dos reflejos sintomáticos que le han retratado para siempre. Sus biógrafos le describen como un trepador obsesionado por la riqueza y sus símbolos, se le apoda “bling-bling”, como el que corre detrás de todo lo que reluce. Desde los primeros mítines de campaña. Sarkozy, que encomia el esfuerzo y el trabajo duro, arremetió contra la semana de 35 horas, reiteró que someterá a referéndum normas para controlar a los parados de larga duración, y anunció que convocará plebiscitos sobre temas capitales.

François Gérard Georges Hollande parece el reverso de su medalla. Serio, sosegado, se diría que brilla por su sobriedad. Ha conseguido cohesionar al partido tras la división que surgió en sus filas en las anteriores elecciones presidenciales, en las que el Partido Socialista había presentado sin éxito en contra de Sarkozy a Segolène Royal, por cierto su ex esposa. Nacido en 1954 , también abogado, ex profesor de la Universidad de Ruán, alcalde de Melun (Corrèze), este aspirante favorito hoy por hoy a la presidencia de Francia con un 55% de intención del voto, es hijo de Georges Hollande, un médico partidario de la Argelia Francesa y amigo del líder de extrema derecha Tixier de Vignancourt, políticamente pues en las antípodas del dirigente socialista.

Los sondeos son testarudos, todos consideran desde hace tiempo a Hollande, nuevo hombre tranquilo de la política francesa, como un peón pasado en la partida de ajedrez electoral. “Mi enemigo es el mundo de las finanzas”, dijo como una declaración de guerra. Y prometió regularlas si llega a ser elegido, así como contribuir a crear una agencia europea de evaluación de riesgos, entre otros objetivos.

Tercera en discordia con una elevada intención de voto que sonroja a los franceses, Marine Le Pen, presidenta del partido ultraderechista Frente Nacional, nacida en 1968, eurodiputada, defensora de posiciones extremas como el restablecimiento de la pena de muerte, el cierre de fronteras, el proteccionismo a ultranza, la derogación de la ley del aborto o el abandono del euro. Una de sus fans es la actriz Brigitte Bardot. Esta tendencia ya es añeja en el país, pues su padre, el ultramontano Jean-Marie Le Pen, llegó a enfrentarse en una segunda vuelta al presidente Jacques Chirac después de haber vencido en la primera al socialista Lionel Jospin. Europa entera toma asiento y se acoda a presenciar la pugna electoral que decidirá el futuro político del Hexágono, como se denomina a Francia, e influirá en el de la Unión Europea. Los Veintisiete quedan pendientes de los resultados que arrojen las urnas galas el 22 de abril y el 6 de mayo, en esa votación a doble vuelta característica sólo del país transpirenaico en la que se debe remachar el clavo electoral para validarlo, ya digo, una práctica democrática única.

En las conversaciones francesas, cuando haces una afirmación es habitual que te pregunten “Êtes-vous sûr?” (¿Está usted seguro? Pues bien, esta duda fue plasmada en la política nacional por el General de Gaulle, sabedor que sus compatriotas se dejaban llevar primero por el corazón y quizá después por la cartera, es decir, primero, generosos y después, calculadores. El quinquenio de Sarkozy no es para vanagloriarse: hoy Francia está peor que hace cinco años pues el paro ha crecido en más de un millón de personas y alcanza un récord histórico desde 1999; en 2011 el déficit fue de 70 mil millones de euros y la deuda pública –la mayor de Europa desde hace años-ascendió a 612 mil millones de euros, cifras abrumadoras para Sarkozy que desmenuza implacablemente la prensa, unánimemente crítica a excepción del conservador “Le Figaro”. Además,la brecha social se ha agravado, el número de pobres pasa de ocho millones de personas.

El Gobierno se ha visto obligado a aplicar medidas de fuerte austeridad, suprimiendo, por ejemplo, 80.000 puestos de profesores. Cuatro millones de franceses han perdido sus ayudas sociales, “l’etat-providence”, el estado del bienestar galo se tambalea. Francia pasa por uno de los peores momentos de su historia, la crisis le ha golpeado de lleno, el paro supera el 14%. Todo este fracaso resalta más al compararlo con el éxito de Alemania, que tiene superávit comercial y dobla a Francia en todas y cada una de las estadísticas económicas. Alemania lidera la UE pero prefiere compartir con Francia el tándem rector, representado por una extraña pareja, la sólida Angela Merkel y el hiperactivo dirigente galo.

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