Opinión

'XENORACISMO' EN FRANCIA

De pronto, aunque hubiera signos premonitorios, en estos primeros meses de 2012 le asaltó un ramo de locura a los electores franceses que tiene su origen en el racismo y la xenofobia, pecados originales de la sociedad gala actual, lo que podríamos denominar 'xenoracismo', un neologismo que invento para la ocasión y que hace estragos allende los Pirineos. 'Plus à droite que moi et tu meurs! (¡más derechista que yo y mueres!), ¿quién iba a pensar que esta máxima bárbara fuera a surgir y afianzarse en la política francesa que ha dado tantas pruebas de democracia. Y sin embargo, es la tónica actual.


Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional, partido que preconiza una panoplia de medidas ultras que rozan la utopía perversa tal como el cierre de fronteras, el alto a la inmigración, la salida del euro y el restablecimiento de la pena de muerte, ha conseguido en la primera vuelta de las elecciones presidenciales situarse en tercera posición con casi el 18% de los sufragios. Causas seguras: la crisis con un paro de 4,3 millones de desempleados (un millón más con Nicolas Sarkozy), la carestía de la vida y el miedo y la incertidumbre a lo que vendrá. Pero es una vergüenza para nuestros vecinos del norte, no tiene paliativos. Francia, la democrática Francia, ahora con tendencias fachas.


Y es porque la gran novedad agria de estas cruciales elecciones desvela el reforzamiento del nacionalismo a ultranza en el país que inventó el chauvinismo, una enfermedad infantil muy extendida que rebrota ahora con fuerza en la nación colindante. Nicolas Chauvin, fue en 1790 un soldado de Napoleón, herido siete veces en el campo de batalla y famoso por su lealtad pueril y ciega a Francia por encima de todo y a su emperador. Mutatis mutandis, estas ideas ultranacionalistas, por anacrónicas que sean, están encarnadas en la actualidad por el Frente Nacional de Marine Le Pen. Y además, ya le parecen normales a un porcentaje considerable de los 36 millones de franceses que votaron el 22 de abril en la primera vuelta.


Tanto es así que a Marine Le Pen, en plena euforia por los buenos resultados, se le antojaron los dedos huéspedes y salió de los comicios dispuesta a liderar no sólo la extrema derecha sino toda la derecha, objetivo difícil de alcanzar para una líder tan controvertida y extremista. Es más, los 6,4 millones de votos obtenidos la hacen soñar incluso con desplazar al partido del presidente Nicolas Sarkozy aglutinando en el futuro en torno a ella el voto conservador, un desiderátum tan ambicioso como hipotético. Cuidado, los estudios de opinión también se confunden, no previeron la afluencia masiva a las urnas, de más del 80%, que atestigua el renovado interés por la solución política y democrática en que confían los franceses con razón o sin ella.


De momento Le Pen no pedirá a sus seguidores el voto para Sarkozy, su enemigo a destronar dentro de la derecha. No dará consigna de voto, recomendará votar en blanco. La irrupción brutal de sus postulados ultramontanos en el escenario galo ha provocado una gran división en la política del país simbolizada en tres concentraciones en París el 1º de Mayo: la tradicional Fiesta del Trabajo convocada por los partidos de izquierda y sindicatos, la que congregue el partido UMP (Unión por un Movimiento Popular) de Nicolas Sarkozy y la que reúna el Frente Nacional de Marine Le Pen, paradójicamente con abundante voto obrero.


Tal división sume a la sociedad francesa en un sentimiento en que cae a menudo, la 'morosité', una especie de melancolía taciturna, causada por la imposibilidad de solucionar las cosas, muy comprensible en los tiempos difíciles que corren no sólo en Francia sino en toda Europa menos Alemania.


En un reciente mapa de las economías europeas, pueden constatarse los países que han caído en recesión, es decir, con dos trimestres consecutivos de déficit: Italia, Gran Bretaña, Irlanda, Portugal, España, Grecia? una marea que amenaza con anegar a todo el Continente, que refrena a duras penas el Banco Central Europeo y que muestra las fallas del capitalismo como sistema que habría que corregir si hubiera voluntad y arrestos para ello.


De cualquier forma, la solución a los graves problemas económicos de Europa queda siempre aplazada como un objetivo móvil que escapa obstinadamente cuando se cree que se le ha dado alcance.


Cierto que, a pesar de la ola de derechización de Francia, el Partido Socialista de François Hollande ha conseguido ser la primera fuerza más votada desbancando al partido de centro derecha Unión por un Movimiento Popular (UMP) de Nicolas Sarkozy que gobernó durante estos últimos cinco años y que esto supone un desarrollo normal de la alternancia democrática. Vamos, que no va a pasar nada irremediable. Pero la irrupción de las ideas ultras, simplistas y retrógradas en el 'Hexágono', -como se designa a Francia por su forma geográfica- llama la atención, sobre todo por tratarse de una nación de tanta importancia y de gran abolengo democrático.


Nicolas Sarkozy no se juega sólo la reelección sino toda su vida política y la vida de su partido, si pierde tendrá que retirarse. Desesperado, se agarra al clavo ardiendo de la extrema derecha, la suma de los votos centristas del partido Modem, de François Bayrou, no le alcanzaría para gobernar. Pero no hay modo, la opinión publicada es tenaz: su candidato rival, el socialista François Hollande se afianza cada vez más, a nueve días del voto definitivo le lleva una ventaja de diez puntos.


Única tabla de salvación: el duelo televisivo programado para el miércoles 2 de mayo. El elocuente Sarkozy, que es como dicen los franceses que le quieren mal 'comme un ventilateur' (como un ventilador) porque una vez apagado todo queda como estaba, contra el sólido y sereno Hollande, que es como un valium.


En fin, un importante hit en la política-espectáculo del que está pendiente toda Europa porque Francia sigue siendo, como desde hace mucho, un banco de pruebas para la Unión Europea.

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