Opinión

Y ahora al sur, un Marruecos islamista

Según el gran historiador Miguel Artola, tres hechos forman parte del

imaginario colectivo español: la Guerra Civil, los franceses y los

moros. La fratricida Guerra Civil, que provocó más de setecientos

cincuenta mil muertos sin contar la represión ulterior. Los

franceses, que bajo el mandato de Napoleón invadieron España durante ocho años. Y los

moros que permanecieron en la Península Ibérica a lo largo de ocho

siglos. Ahora los moros, los árabes, están de actualidad porque

Marruecos se ha convertido en un Estado islamista moderado desde hace

unos días. Y gran novedad, por sufragio universal.

Realmente no fue una sorpresa

para los que seguían la política magrebí: las elecciones legislativas

del 25 de noviembre dieron la victoria al islamista Abdellilá

Benkiran, secretario general del partido Justicia y Desarollo (JyD),

lo que constituye un giro notable en los 55 años de independencia

del país. El rey le recibió sin más tardar, le tomó juramento en

Midelt, pequeña ciudad del Atlas que visitaba el monarca, y le nombró

primer ministro, una fotografía de los dos hombres difundida por las

agencias internacionales da cuenta de la breve ceremonia, realizada

con urgencia como si hubiera prisa por dar la impresión de que se

producía un cambio importante y se suavizaba la dictadura. Es algo sin

precedentes en la vida política de nuestro vecino del sur. que siempre

estará ahí, al otro lado de las Columnas de Hércules y cuyas

vicisitudes siempre nos importarán, la geografía es determinante en la

historia de las naciones.

En estos comicios marroquíes, alcanzó pues

mayoría el ya nombrado partido islamista Justicia y Desarrollo de

Benkiran, que es dos veces superior en escaños al nacionalista

Istiqlal pero que para gobernar tendrá que hacerlo en coalición. En

efecto, ha conseguido 107 de los 395 escaños del Parlamento, lo que

significa una mayoría relativa. El principal partido de la oposición,

el Istiqlal, que representaría en principio al Marruecos más

desarrollado pero también al más involucrado en la corrupción, se

desentendió de la consulta, quería mantener un statu quo de privilegio

que convenía a sus intereses, muchas veces espurios. ¿Pero quién es

Abdelilá Benkiran? Según las crónicas publicadas en Francia, se trata

de un político carismático de carácter extrovertido de 57 años,

licenciado en Física que cursó estudios de ingeniería en la escuela

más prestigiosa del país, perteneció de joven a una organización

terrorista, la llamada Juventud Islámica, aunque después rompiera con ella, no

se le imputa ninguna acción violenta, formó parte brevemente del

Istiqlal, partido que llevó a Marruecos a la independencia, y dirige

desde hace años la formación “Justicia y Desarrollo”, que ya había

quedado en segundo lugar en las elecciones de 2009.

Ahora en la circunstancia actual, y con la idea de formar una gran coalición, ha

tendido la mano no sólo al Istiqlal sino al movimiento islamista

ilegal “Justicia y Espiritualidad”, que boicoteó estos comicios, y

asimismo al movimiento juvenil “20 de febrero”, que preconiza la

democratización de la nación árabe, aunque esto sea a nuestro entender

más un desiderátum que otra cosa.

Los antecedentes de este cambio

fueron los siguientes: a fin de hacer frente a la marea de la llamada

“primavera árabe” y ceder en parte al viento de la Historia, Mohamed

VI convocó en julio un referéndum para aprobar una nueva Constitución

aunque ésta le privara de su carácter sagrado instituyera por primera vez el cargo de primer ministro elegido en

las urnas.

La verdad es que le sobraban prerrogativas: Comendador de

los Creyentes, presidente del Consejo de Ministros aunque ahora haya

un primer ministro reforzado, presidente del poder judicial,

presidente del consejo superior de seguridad y del consejo superior

de los ulemas o sabios del islam, podemos calificar sus potestades de

máximas, o casi. Creyó, pues, poder conducir una “democratización”

gradual y vigilada con los comicios de noviembre. Cabe preguntarse si

se le pueden poner puertas al campo.

Las relaciones bilaterales

hispano-marroquíes son tormentosas. Sin remontarnos a la Guerra del

Rif del siglo XIX, que ganó España en solitario, o a la Guerra de

África de nuestros padres que venció en coalición con Francia

(1911-1927) y que causó 15.000 muertos, estas relaciones han estado

jalonadas en los últimos años por incidentes y hechos consumados casi

siempre favorables a Rabat como por ejemplo, la Marcha Verde, marcha

de 350.000 hombres y 25.000 soldados con la que el rey Hassan II

ocupó el territorio del Sahara Occidental aprovechando un momento

delicado de la política española en los últimos días del franquismo,

en noviembre de 1975. Desde entonces la cuestión del Sahara

Occidental está sin resolver en el Comité de descolonización de la

ONU.

También había habido como roce importante entre ambos países la

llamada Guerra de Ifni en 1957-1958 en la que España defendió con

éxito el territorio de Sidi-Ifni, que retrotraería a Marruecos diez

años después. Hubo más tarde un irrisorio incidente armado en julio

de 2002, siendo presidente del Gobierno José María Aznar, en el que

tropas españolas tuvieron que desalojar a infantes de Marina

marroquíes que habían ocupado el islote español de Perejil durante

nueve días. Las plazas de soberanía en la costa africana, Ceuta y

Melilla, españolas antes de la existencia de Marruecos, siguen siendo

un escollo incuestionable.

Estos son a vuela pluma los prin-

cipales puntos de fricción que ha

habido y hay entre los dos países

limítrofes y que conforman el telón

de fondo en que debe situarse cual-

quier análisis. Centrémonos en la

actualidad; según opina el solven-

te diario francés “Le Monde” en un editorial, en Marruecos no hubo una “primavera árabe”, se

procedió de otra forma, la monarquía quiso adelantarse a la opinión y

ahora la nueva situación creada constituye un test para el islamismo

marroquí, que debe probar sus posibilidades de democratización si

quiere ser admitido en el concierto internacional.

La tarea será ruda, los propios comentaristas marroquíes la centran en primer lugar en la

lucha contra una corrupción, en la pacificación de la

calle, donde los manifestantes protestan por la falta de

empleos que les obliga a emigrar a Europa y en especial a España, donde ya han llegado a constituir una vasta colonia de más de 700.000 inmigrantes,

tranquila y laboriosa.

Así, pues, lo nuevo es que estamos ante un Marruecos islamista

moderado, si esto no es una “contradictio in terminis”. Las fichas de

la partida de ajedrez que se está disputando en el escenario del Mediterráneo meridional están desplegadas tras los cambios democráticos en Túnez,menos

democráticos en Libia y aún no fraguados del todo en Egipto.

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