Opinión

¡Como te hemos transformado río Miño!

En unas frases referidas al río Miño, de época pasada, Otero Pedrayo comentaba más o menos: “Río de fartos meandros folgados, entre terrazas de barro e pelouros, fan as voltas de Ourense a Reza e Barbantes, conviñando os brancos coiñais e a vexetacion natural, que compoñen a gran beleza do río ourensán no seu paso po la cidade”.

¿Qué queda hoy del contenido de las frases del escritor? Al río de nuestra referencia le han ido cambiando hasta la propia fisonomía de sus meandros. Si nos situamos en cualquier lugar y lo observamos, aguas arriba o aguas abajo, solo se mantiene “igual que ayer”, la silueta de las montañas de fondo en el horizonte, y el Puente Romano, que no dejará de ser el imperativo referente desde el siglo primero, aunque por él ha pasado la paleta de las modificaciones en varias ocasiones de las que hablaremos en su momento, pero manteniendo, a pesar del no buen trato que le damos, el “estatus de respetuoso maridaje con el fluvial”.

Hoy discurre por Ourense transformado por los efectos de la implacable modernidad y desarrollo de la ciudad, saltándose eso sí, aguas arriba, la zancadilla que el hombre le puso con la cercana presa hidroeléctrica de Velle para producir megavatios.

En aquella época pretérita, a la que se refería Otero Pedrayo, transcurría tranquilo a su paso por la capital; lamía la peña de Francia, acariciaba murmullando las ruinas de la aceña del Ribeiriño, el campo de Santiago, el de Reza, el Maimón, el Tinteiro, las Charcas; y acogía en su seno, apareciéndole por la margen izquierda, a sus pequeños afluentes, el Loña, el Barbaña; y se podía disfrutar de él sin más condiciones que las naturales, respetadas desde siglos atrás. Y cuando se enfurecía y se le “hinchaban los pulmones” disponía de ribera suficiente para engordar. Recuérdese la última gran riada de diciembre del 2000, en la que se “infló” teniendo que evacuar 800 litros de agua de lluvia por metro cuadrado en pocas horas, que a punto estuvo de causar estragos, por desbordamiento, ya causado por el encajonamiento urbanístico.

El Miño tuvo gran influencia sobre la ciudad (más de la que tiene actualmente) con un discurrir sereno sin fluctuaciones mayores, más que las provocadas por las “invernías”. Era frontera y límite entre los ayuntamientos de Canedo, por la derecha, y el de Orense por su lado izquierdo, hasta que a ambos les llegó la fusión.

Las márgenes, en su recorrido al atravesar la urbe, eran propicias para la misantropía y romanticismo silencioso. Numerosas parejas se acercaban a cualquier lugar, entre Oira y el Maimón, por cualquiera de sus laderas, para pasear o pasar unas horas de la tarde de un domingo desinhibidos, hablando de sus íntimas circunstancias o distraídos, escuchando el tenue murmullo del agua, semirrecostados sobre la húmeda grama, con la mirada perdida en la estela de alguna barca al surcar el agua por efectos de los impulsivos remos del barquero.

En sus traslúcidas aguas, que por aquel entonces todos creíamos conocer bien, aunque a veces nos equivocábamos, aprendimos a nadar muchas generaciones de ourensanos, era el único medio. Su riqueza piscícola la componían abundantes buenas truchas, limpios barbos, anguilas, incluso salmones, además de considerable "peixe" común, bogas, reos, etc. Hoy quedan gaviotas y cormoranes alimentándose en las lodosas aguas, de cota fluctuante antinatural producida por agentes externos que nada tienen que ver con las estaciones del año.

En la actualidad, hay quienes se atreven a decir que su fisonomía, en el contexto físico, cuando atraviesa lo urbano ha mejorado en las ultimas décadas; los puentes, los muros de las márgenes, la carretera, el paseo de las Charcas, todo más bonito… ¿Más bonito que cuándo?, ¿se puede comparar el oscuro Miño de hoy, con aquel río de agua clara “murmullante” y laderas sin artificios de antaño, a que se refiria Otero Pedrayo? No hubo nada más antinatural que acercar tanto el hormigón al caudal original del río. Esa es mi opinión; respeto otras.

Y es que por modificar, lo han ido modificando todo, hasta el lugar de nacimiento. Fijaros que cuando creíamos siempre que nacía en Fuente Miña, en la provincia de Lugo, porque así nos fue enseñado en las lecciones de Geografía, ahora resulta que no, que era mentira; que nace en Pedregal de Irimia, en la sierra de Meira, es decir, como seis kilómetros más al Norte. ¡En qué quedamos!

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