Opinión

El Miño y sus laderas de baño

Es sabido que piscinas no había. Pero el Miño las suplía perfectamente en aquella época en que discurría con naturalidad a su paso por la ciudad. Sin muros, sin paseos laterales artificiales, sin fluctuaciones bruscas de nivel como ahora. Podemos decir que, empezando por Oira, que disponía de una pequeña zona de grama brava con arboleda, muy apropiada para un buen descanso a la sombra, aunque el agua bajaba bastante rápida, llegábamos hasta la Peña de Francia, donde había un pozo bastante profundo y peligroso que utilizaban los “nadadores más experimentados”, a la altura del actual viaducto.

Luego, entre puentes, las dos laderas ofrecían muchas posibilidades, aunque solía haber bastante limo. Era sin duda una zona muy socorrida por la accesibilidad de los bañistas del centro de la ciudad. Existían dos praderas, una por cada margen que “pontinos y orensanos” frecuentaban para el solaz y descanso o para darse un baño. También suponía la zona por ambas orillas, un lugar adecuado para la pesca con caña. El agua estaba remansada por efectos de lo que quedaba aún del azud de encauzamiento hacia la aceña, aguas debajo del Puente Viejo; a la altura del Ribeiriño; de la cual existen vestigios todavía. Era habitual por allí la presencia de barcas de remos, generalmente de los “pescos”.

Aquí hay que hacer mención a “Maluco”, antes de continuar. Este chico trepaba por el tajamar izquierdo aguas abajo del Puente Viejo, hasta la berma. Entonces, después de “concentrarse” durante muchos minutos, tiempo en que la gente se juntaba sobre los miradores del puente para verle, se lanzaba al agua a modo de trampolín (habría unos seis metros). Al salir se le aplaudía, y él todo ufano repetía el hecho un par de veces en la tarde.

Aguas abajo del Puente Romano, como a doscientos metros, estaba el Coiñal de los Remedios, por su parte izquierda, poco antes de la afluencia del Barbaña; no era demasiado adecuado, pero aun siendo incomodo solían acudir para juguetear entre los cantos rodados quienes no sabían nadar demasiado, pero el atrevimiento les empujaba al agua; por allí el río fácilmente se cruzaba andando. Y delante de esa zona, un centenar de metros más abajo estaba, con similares características la Chavasqueira, donde el agua discurría un poco mas templada, se decía que por los efectos de los brotes termales de las orillas, e incluso en el propio cauce del río. Me parecía un tanto exagerado.

Continuando a favor de la corriente, por la derecha, llegamos al Campo de Santiago, por donde el agua discurría más tranquila; su profundidad media andaba por los dos metros. Señalemos que era donde el popular Emilio “el Barquero” cruzaba (en su barca, claro) a la gente hacia Reza, o viceversa. Era su medio de vida, además de la pesca.

Por la izquierda, si continuábamos bajando, nos encontrábamos con el Campo de Reza, una pradera de hierba y sin árboles; lugar en que se celebraban aquellas fiestas el día 15 de agosto de cada año, la Ascensión.

Si pasamos otra vez a la margen derecha teníamos un poco más abajo, para los mas atrevidos, Gabin, que tenia unas rocas apropiadas para tirarse de cabeza a una poza bastante profunda. Luego, el coiñal de Canedo y el Maimón, donde el río se pierde ya, más al este de la ciudad, tras haber completado la lista de las zonas habituales de baño y recreo de los orensanos.

Es cierto que aun entrañando grandes riesgos el uso del río, tampoco se le tenía el temor suficiente como para considerar peligroso bañarse, incluso muchas veces sin los conocimientos mínimos, que por otro lado se iban aprendiendo con el monitor de la intuición y unos cuantos no deseados tragos. No entramos en que las aguas estuviesen más o menos limpias. Era lo que había y de ello se disfrutaba, sin profundizar en la salubridad de las mismas; aunque hay que señalar que tampoco la cultura de diversión acuática como atracción veraniega ciudadana, era demasiada, sobre todo entre la población femenina. Digamos que no estaba bien visto que las mujeres se fueran a bañar o tomar el sol al río. Aquello era más bien “cousa dos homes”, y algunas señoritas que lo hacían, las calificaban de “marimachos” y otras cosas. Todo cambió y se normalizó cuando se empezó a hablar de la Playa de Oira, que llevó consigo un gran paso en la calidad y usos del Miño como diversión de verano. No olvidéis que la susodicha “playa” empezó siendo únicamente un “arreglo” de aquella localizada ribera, a la que en los primeros párrafos hacia referencia, y esto era precisamente en el año 1958.

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