Opinión

Personajes y anécdotas

Poco a poco, vamos trayendo a esta sección de La Región, personajes y anécdotas de aquella época urbana en Orense, para que los que simpaticen con ella sonrían con su lectura. Y los que no la han vivido y sientan curiosidad, las conozcan.


El carpintero señor Menguiñas. Corría el primer tercio de los años 50. Era un hombre muy menudito y poco hablador, que tenía un minúsculo taller de carpintería en la plaza de San Marcial, en el barrio viejo. Era tan pequeño aquel “obradoiro”, que para hacer una mesilla de noche tenia que salir a encolarla a la plaza. El hombre en el invierno lo pasaba mal por que le salían sabañones en las manos y no podía trabajar. Ya era muy mayor, muy educado y sobre todo buen aficionado “al mosto”. Coincidirán conmigo los enxebres del Casco Antiguo que le conocían.

Resulta que los chavales de aquel colegio próximo (Libertad - 28) le sometían de manera cruel a toda clase de perrerías, bromas y hasta burlas, sobre todo cuando sabían que ese día estaba afectado por la botella. El no se enfadaba, aunque dependiendo del momento, según como le pillaran, les perseguía tirándoles tacos de madera hasta el interior del colegio, dándole las quejas a don Alfonso, el director, que haciendo efecto rebote, amonestaba a los alumnos en cuestión. No pasaba de ahí, y al día siguiente durante el recreo se “tanteaba” de nuevo al señor Menguiñas. Era sin embargo un extraordinario tío.


La fundicion del Millán. Estaba situada al lado de la Fonte do Bispo. Para preparar los moldes de fundido de metales, Millán tenía la arcilla en unos bidones en la puerta del taller. Los rapaces le entretenían por unos instantes, mientras otros le “robaban” unos puñados de aquel barro, para hacer canicas. El se daba cuenta y colaboraba dejándose engañar, para que se lo “mangaran”. Curiosamente, si se lo pedían no se lo daba. Después los chicos modelaban las canicas y las cocían en la “cocina económica” de sus casas. Ya luego en el juego, cuando al perder había que pagar la derrota con canicas, éstas tenían menos valor que las adquiridas en tienda.


La “manga riega” nocturna. Los vehículos barredores o lava-calles no existían, como es natural. Parece un tanto insignificante recordar ahora cómo en aquel entonces se aseaban las ruas (bueno, digamos las principales) en la urbe orensana, que como muchas cosas, aquello también tenia sus peculiaridades. Comenzando a las diez de cada noche, y hasta las seis de la mañana, unos empleados de limpieza del Ayuntamiento, y por parejas, enchufaban unos gruesos y pesados manguerones en las bocas de riego que había en lugares estratégicos, y lavaban materialmente cada calle, previo barrido “amanuense”, hasta donde alcanzaba el chorro de agua de la manguera. Luego la cambiaban de sitio, a otra boca de riego. Y así durante toda la noche, hasta el amanecer, en su turno de trabajo. Desde cada domicilio, y por el ruido que producían las tapas metálicas de las mencionadas bocas de riego, se sabía sin asomarse al balcón por dónde andaban faenando.

El sereno de la calle correspondiente les daba un poco de parola, cuando a media noche descansaban un rato para tomarse un bocadillo y fumar un cigarro. Luego ellos continuaban con sus manguerazos a las calzadas y aceras, y el guardián de las llaves, el sereno, a “sus portales”. Hasta las primeras luces del albor siguiente.

Era habitual que la muchachada “noitebrega”, de regreso andando a sus domicilios al salir de los cines, en las noches de fin de semana, bromeaban con ellos desde cierta distancia, canturreándoles aquel sonsonete infantil que decía “la manga riega, aquí no llega…” Y ellos les contestaban con un “chupinazo de agua”. Todo valía para producir un poco de diversión.


Otro día contamos más cosas.

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