Opinión

A dos velocidades

El ‘Brexit’, los populismos, el euroescepticismo creciente por la solución dada a la Gran Depresión, la mala gestión de la crisis de refugiados, la renacionalización que pretenden los países más conservadores…, todos estos peligros han hecho que gane la partida la idea de una construcción de la Unión Europea a dos velocidades. Puede que sea cierto que es la única posibilidad para que los países que lo deseen avancen más rápido en aspectos relacionados con la integración, pero también es cierto que de esta forma la idea de una Europa unida se debilita. 

Cuando el próximo 25 de marzo se conmemore en Roma el sexagésimo aniversario de la puesta en marcha del proyecto europeo más importante en toda la historia reciente, habrá un recuerdo emocionado para lo  que ha sido la construcción europea hasta hace un decenio, y una gran preocupación por el devenir de la Unión Europea en los próximos años. ¿Tiene Europa los líderes adecuados al frente de sus locomotoras para tirar del tren de los 27? O incluso, ¿tiene la UE locomotoras en este momento para impulsar un desarrollo de los valores que han constituido su razón de ser desde su fundación?

Hay países decididos a tirar para adelante conscientes de que la única solución para todas las crisis económicas, sociales, políticas y relacionadas con la seguridad y la defensa es ‘más Europa’, más cohesión, más unidad y mayor reacción contra las tendencias centrípetas animadas por el Brexit.  En cualquier caso unos podrán ir más deprisa, fomentar las cooperaciones reforzadas, pero el peligro que tienen que evitar es que se pierda la unidad conseguida hasta ahora.

 Pero los países están integrados por sus ciudadanos y es a estos a los que hay que convencer de que la ciudadanía europea es un bien tangible que les ha beneficiado y lo sigue haciendo a pesar de los problemas acumulados, que han podido hacer perder la perspectiva de sus logros. Sin embargo, no se puede vivir de los éxitos del pasado -mercado único, Schengen, euro, Erasmus, eurooden-, sin entusiasmar a los ciudadanos con nuevas iniciativas que mejoren su calidad de vida. Las políticas de seguridad y defensa, que suelen acarrear más gastos y que habrá que potenciar tras el Brexit y la llegada de Trump a la Casa Blanca, junto a la insistencia en una  política económica de carácter restrictivo, no son las que más alegría van a despertar entre los europeos. Y sin embargo la otra pata de la nueva época, las políticas sociales, siguen estando en un segundo plano y al estar preteridas, lejos de acercar la UE a los ciudadanos, los mantiene alejados.   

Los mandatarios europeos han estudiado en la cumbre de estos días apostar por "una Unión no dividida e indivisible, que actúa unida siempre que sea posible a diferentes ritmos e intensidad cuando sea necesario". En fin, se trata de hacer de la necesidad virtud.

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