Opinión

Europa, dicen

Es posible que nos haya cogido con el pie cambiado; o a lo mejor se debe a que es inaguantable el sopor que exhalan casi todos ellos cuando abren la boca para decir poco o nada; o quizás porque los grandes equipos nos presentan caras demasiado conocidas, que ya no nos inspiran ni nos generan confianza, sino solo la creencia de que lo único que pretenden es aferrarse a unos puestos en los que su responsabilidad se diluye, y seguir chupando de la teta oligarca, succionándola como lo vienen haciendo desde el lejano día en que tuvieron algunos la brillante idea de dejar sus estudios para enrolarse en unas siglas; o tal vez -seguramente será esto- porque muchos ciudadanos pueden pensar que las campañas electorales se revelan totalmente inútiles, de mucho fasto y poca miga, el caso es que este domingo estamos llamados a las urnas para elegir a los miembros del Parlamento Europeo, y parece que la cosa, pfff, no va con nosotros. Como si el asunto nos generara un ligero fastidio o desazón, una mezcla de sentimientos encontrados, que van desde un apenas conservado sentido del deber cívico y de la convicción ilusoria de que nuestro voto apuntala firmemente los pilares de la democracia, hasta la sospecha de que ese voto es inútil, de que se va a diluir en un mar de promesas incumplidas, y de que los grandes seguirán siendo grandes aunque reciban unas cuantas leches, porque al final se consolarán y se curarán mutuamente las heridas, y los pequeños, o no llegarán, o si lo hacen su voz será casi inaudible, y se perderá como la del eremita que predica en del desierto. Este es el panorama a dos días de las elecciones europeas.

¿Qué hemos aprendido a lo largo de la campaña electoral? ¿De qué nos ha servido? ¿No es cierto que lo más comentado, lo que ha llenado más noticias de prensa y televisión, y en lo que más se han enzarzado los principales candidatos ha sido en el desliz machista de Arias Cañete? ¿Pero no tiene uno la sensación de que Valenciano vio el cielo abierto, pues encontró en la reacción a tal insulto su discurso más fácil, su titular más llamativo, en lugar de no darle el más mínimo aprecio y centrarse así en explicar bien a la gente que Europa puede ser una ayuda en lugar de una rémora? ¿Quién sabe distinguir realmente qué es lo que proponen todos los partidos, si solo escuchamos frases grandilocuentes y vacuas, como que “queremos una Europa más fuerte, o una Europa más solidaria, o una Europa menos machista”? Y es que si al hastío que de un tiempo a esta parte provoca en el respetable la llamada a su corazoncito por el candidato para que le dé su voto, le sumamos el afán de la casta política por no desmenuzar su programa y por no explicar al personal qué es lo que se cuece de veras en las cocinas de las instituciones europeas, el hartazgo es de órdago y la sensación de que el voto no sirve para nada crece y crece hasta que al final se convierte en un altísimo índice de abstención en el recuento. Abstención, todo hay que decirlo, que, por mucho que nos digan lo contrario los poderosos, siempre beneficia a los grandes, nunca a los más pequeños.

Así que, ya ven, se nos ha ido en un suspiro esta campaña electoral. Y los unos por los otros, la casa sin barrer. Quiero decir que entre mítines, insultos y deslices, la peña se ha vuelto a quedar sin saber hacia dónde va este viejo continente, cuáles son las fuerzas que de verdad lo gobiernan, y cuáles son los beneficios de eso que muchos llaman integración. Y visto el petate y la escasez de debate intelectual, no es de extrañar que cada vez cunda más el euroescepticismo. Sobran los ejemplos en países bien cercanos. Habrá que ver de quién es la culpa de este desapego hacia la otrora ansiada Europa.

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