Opinión

Haciendo patria

C uando uno oye hablar de «paraísos fiscales», automáticamente le asaltan imágenes de jets privados surcando el cielo desde una punta a otra del planeta, yates de lujo en cuyas cubiertas barrigudos magnates descorchan sin parar botellas de Moët, mientras jovencitas de cuerpos esculturales los rodean con sus bellos brazos de muñecas rotas, y salones de mansiones en los que los multimillonarios ultiman con sus asesores fiscales los detalles para la creación de nuevas sociedades pantalla, con las que canalizar (o limpiar, o lavar) la transferencia de sus fondos dinerarios, para dejarlos a buen recaudo de la injusta, puñetera carga impositiva. Y es que esto ya lo preconizó Vargas Llosa (¡ay!, cuando aún estaba a salvo de las fauces del papel cuché) en su libro “La civilización del espectáculo”: “Si un gobierno abruma abusivamente de impuestos a los contribuyentes, éstos se ven tentados a evadir sus obligaciones tributarias".

Dicho y hecho. Por eso los ricos, de tan perseguidos que son por la leyes nacionales, de tan maltratados que se sienten por sus compatriotas, a los que solo les mueve el rencor y la envidia de estos Grandes, se ven obligados a usar de tales artilugios financieros, pequeñas tretas con las que dejar incólume su patrimonio. Son patriotas, por supuesto, llevan la marca España con orgullo allende los mares; pero no son idiotas, el repeluzno que les recorre el cuerpo al escuchar las notas del himno no llega hasta ese extremo; son patriotas, en fin, cómo negarlo, apellidos de añejo abolengo los retratan; sus fortunas son el claro ejemplo de que, en este país, si quieres puedes, no me vengas con milongas. Lo que hay que hacer, dicen, es trabajar más y ganar menos, por desgracia. Eso sí, a ellos, por favor, no los agobiéis a impuestos, pues hay que mimar las rentas del capital, ¡quién si no generará riqueza en este país! Pensándolo bien, deberíamos estarles agradecidos; cuando llegan al despacho del especialista en empresas offshore buscando el asesoramiento perfecto, el mensaje que le dan es claro: en España sabemos hacer las cosas bien, míreme a mí. ¿Crisis? ¿Quién habló de crisis? Y dígame, ¿es ahora cuando conozco la cara de mi querido testaferro? Enchanté.

Quede claro ahora que la tenencia de cuentas o fondos en paraísos fiscales no es en sí mismo una actividad ilícita (otra cosa es la ética); lo ilícito es la ocultación de tales fondos o cuentas en los países de origen, el uso de tales mañas para blanquear capitales de ilegal procedencia, o el manejo de sociedades instrumentales domiciliadas en paraísos fiscales, para crear la ficción de que la actividad mercantil se desarrolla allí (con nula tributación) en lugar de donde realmente se generó (pongamos España).

Y llegados a este punto no se me ocurre, sin pensar mal, la real intención de la infanta Pilar de Borbón cuando cayó en la suculenta tentación offshore, ¿montar acaso un mercadillo solidario en mitad de una playa caribeña para regocijo de los pobres negritos? Y no alcanzo a comprender tampoco qué perseguía nuestro cineasta más internacional (que va haciendo España por todo el mundo) cuando así se condujo. ¿Acaso es eso compatible con la defensa a ultranza de las ayudas públicas al cine? Sí, siempre que lo público lo pongan otros, debe de pensar. Cinismo puro. Y caigo también en la maledicencia pensando en la estampa de Micaela Domecq, esposa de Arias Cañete, amante éste de la austeridad, departiendo con el abogado panameño en busca del testaferro perfecto: “Aquí traigo unas cuentas botellas pá celebrarlo”.

A todos ellos, embajadores de la marca España, ahora les digo, con muchísimo respeto: Seguid haciendo patria. Salud.

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