Opinión

El trasero perfecto

La noticia me coge de sopetón tomando una caña en un bar: una mujer acusó de estafa y falsedad documental al doctor que la había operado para aumentar el volumen de sus nalgas. Va de culos la cosa. Ella había acudido al cirujano para que le dejara unos glúteos lo más parecidos a los de una famosa actriz y cantante. Quería unos «implantes redondos y grandes». Al parecer el médico le desaconsejó tal operación (no sé si por dificultad intrínseca o por imposibilidad material), pero ella insistió en que le pirraba el culo de Jennifer López¸ da igual lo que usted me diga, doctor, así que adelante, no se hable más. Déjeme un culo de esos que quitan el hipo. Y dicho y hecho. El galeno le puso los implantes en la zona trasera. No hay imágenes del resultado, pero como el asunto acabó en los tribunales, ella acusándolo a él de mala praxis profesional y de falta de información, no es difícil colegir que el resultado no fue el esperado, y que las nalgas no se parecían en nada a las de la cantante. Les diré también que el cirujano fue absuelto de todos los cargos. Mal negocio para ella.

Aunque en esto de las partes del cuerpo no hay canon que iguale gustos, es cierto que un buen culo suele ir acompañado o ser seña de un cuerpo bien proporcionado; y entonces unos pantalones ajustados pueden levantar grandes pasiones, en ellos, sí, pero también en ellas, pues a ver quién es el guapo que no le gustaría tener el culo que lucía Brad Pitt en su fugaz aparición en Thelma and Louise. Por ejemplo. Quiero decir que a nadie le amarga un dulce, y si nos diesen a elegir, seguro que nos decantaríamos por unas nalgas turgentes, redondas y bien proporcionadas. Un buen culo es un gozo para la vista. Alguien debería escribir la Oda al Culo Bonito. Esto lo saben ustedes y lo tienen estudiadísimo actores, actrices, publicistas y diseñadores de moda. Y el vaquero, esa prenda prodigiosa, eterna e inmejorable que, si se lleva bien, eclipsa a las demás, cubre de gloria el culo bien hecho, llegando ambos a una simbiosis perfecta.

Ahora bien, de ahí a la obsesión enfermiza por conseguir sin esfuerzo resultados mágicos va un mundo. Lo que no te da la naturaleza mal te lo puede dar el bisturí sin que uno deje de ser el mismo yo. La cirugía estética es una eficaz herramienta para corregir defectos o para ayudar a personas con graves complejos que les provocan sensación de inseguridad, depresión o aislamiento social. Claro que sí. Ocurre sin embargo que las ansias de perfección (aunque lo que para mí es perfecto para ti no lo es, y hay guapos y guapas que no dicen nada, y feos y feas atractivísimos que te cautivan) llevan a algunos a querer burlar los límites mismos de la mesura y de la racionalidad, en una triste versión contemporánea de Dorian Grey.

Algo parecido sucede cuando uno se enzarza en obras caseras: «Ya que vamos a cambiar las tuberías, podíamos arreglar los baños; ya que están aquí los albañiles, podíamos tirar este tabique y unir las dos habitaciones; y bueno, cari, ¿qué te parece si cambiamos la cocina? ¡Esta tiene tantos años! ¡Ya que nos hemos metido en tantos gastos!». Pero ocurre que es el propio cuerpo el objeto de todas las reformas. Si me quito un poco de aquí, por qué no ponerme un poco allí; si me estiro esta piel de acá, cómo no voy a extraer la grasa sobrante de allá; y así a golpe de quita y pon, voy de silicona en silicona hasta llegar a la nalga respingona. Y al final, como la vanidad es tirana malvada y el bisturí nunca llegará a ser ningún dios, la frustración hace acto de presencia, hasta el punto de la desesperación. Algo parecido quizás le ocurrió a la que quiso lucir el culo de Jennifer López. Se quedó compuesta y sin nalgas. Y gastándose una pasta.

Mesura, mesura. La perfección no existe. Y quizás sea lo mejor.

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