Opinión

Una niña detrás de la barra

Con todo quisque dedicado al 'bebercio' estos días, hay garitos que no tienen manos para atender a tanto 'comercio'. Y en vez de hacer un contrato a un profesional formado en una escuela de hostelería, se recurre a la familia para sacudir el curro sin gastar unas perras. Ayer, en una de esas tascas gallegas en las que la comida sabe más a tierra que a estrellas y nunca lamentas la cuenta, a la clientela le chirrió que una niña de once años estuviese detrás de la barra. "Así aprende lo que es ganarse la vida", contestó el padre cuando notó que todo el mundo comentaba una imagen propia de otros tiempos. 

Como para no mirarla. La chavala irradiaba disposición. Atenta a vasos vacíos y olvidados, tampoco apartaba el ojo del lavavajillas para que el servicio continuase girando. Y si iba más rápido que la faena, se cruzaba de brazos en el centro de la barra con cara de fastidio. "Ya que estás desocupada ponme un ribeiro", pidió un cliente con la intención de darle trabajo. "Alcohol no puedo servir", respondió la menor con tono firme mientras se abalanzaba sobre el lavavajillas que acababa de terminar. El personal que esperaba mesa comenzó a debatir con disimulo si era conveniente que una niña estuviese detrás de la barra o si al padre le podría caer un puro por tener a un menor dando agua en el negocio.

Nadie reparó en que Galicia recibió más de cuatro millones de visitantes el año pasado, plusmarca histórica desde que se lleva la cuenta. Con la niña también despachaba el abuelo, que sí servía vino mientras los camareros atendían al comedor. "Es un negocio familiar y hay que echar una mano", dijo a un colega de partida que se sorprendió al verlo tirando unas cañas sin alma. Es un negocio. La clientela merece profesionalidad y los niños no pueden jugar detrás de una barra.  

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