Los vecinos de Baltar combaten el frío: “Quéntome coa manta, é o que hai”

Hay un zumbido constante, artificial y metálico que condenó a los vecinos de Baltar y sus aldeas a olvidarse del silencio que antes disfrutaban. La pérdida de la quietud por la que muchos eligieron no moverse del rural y el espacio natural que ahora parece estar amenazado, moviliza a los residentes. Y es que mientras camina por la parroquia de Niñodaguia, Mariluz apunta hacia el sur con el dedo y señala la ubicación de los sonoros cables de alta tensión: “Son os que fan o ruído, desde que puxeron iso aí escóitase todo o tempo, non hai dereito”, afirma. “Nós non vivimos no rural para ter que escoitar un son tan artificial”, reclama. Está indignada. Es víctima de una contaminación acústica que nadie pidió en el concello de Baltar, pero que ahora todos sufren. El impacto del tendido y de los aerogeneradores es evidente, y más lo será si los planes de la eléctrica vasca Iberdrola siguen adelante y se instalan 42 nuevas torres. Esto acarrearía una pérdida del potencial turístico en esta comarca, destino idóneo para el parapente. Aunque, sin duda, lo más paradójico de la situación es la dificultad de algunos mayores para afrontar los rigores del invierno. Mientras las compañías eléctricas buscan el negocio del viento en este espacio, vecinos como Ángela López, de 98 años, que siempre cuidó de esta tierra, no obtienen ningún beneficio de todo ese aprovechamiento. Al contrario, solo tiene un calefactor, de esos que se notan -y mucho- en la factura de la luz a final de mes, aunque en su caso está estropeado. Ángela vive sola en Niñodaguia. La aldea de Baltar llega a temperaturas próximas a los -8 grados cada invierno y solo hace cuatro que un vecino le instaló el calefactor en su casa. “Creo que está avariado,” apunta la nonagenaria y señala una pila de mantas que tiene en su sofá: “Isto é o que funciona para o frío aquí, é o que hai”, dice. Otra mujer del pueblo, trabajadora social, acude algunos días a ayudar a esta vecina que aunque se vale por sí misma, son muchas las cosas que no alcanza a hacer. Aunque Ángela muestra una gran fortaleza, “peores eran os anos nos que tiña que ir traballar descalza”, también es ejemplo del abandono que sufre el rural, sobre todo en el caso de las personas mayores que no tienen familia: “Estou soa e non me queixo porque tampouco teño a quen queixarme”, dice. Su caso no es el único. En A Boullosa, otra aldea más al norte, vive Francisco Fidalgo. Tiene 85 años y es soltero. Su casa comienza por unas escaleras que dan acceso a la vivienda -el bajo ya no tiene ganado y, por tanto, falta el tradicional sistema de calefacción natural-. La planta alta es fría desde la entrada y a medida que se avanza da paso a un salón comedor. Allí, dos pequeñas estufas eléctricas calientan la estancia, pero sigue haciendo frío. Su dueño está acostumbrado porque no tiene otro remedio, pero por el pasillo el viento exterior se filtra de un extremo a otro. Leopoldo Martínez es el más afortunado de los tres porque tiene familia, y ésta le visita frecuentemente. Sin embargo, también es otro de los vecinos mayores que viven solos y sin calefacción. En su casa hay una chimenea de leña, de las antiguas. La tiene apagada, pero lleva varios jerséis. No la pone muy a menudo, entre otras cosas porque hace falta meter leña de un tamaño específico y ya no la puede cortar pese a que este fin de semana los termómetros llegaron a -7 grados. Leopoldo Martínez: “Hai que andar abrigado pola casa, eu xa non podo cortar a leña” Leopoldo Martínez tiene una chimenea de leña para calentar toda su casa. No la enciende muy a menudo porque los troncos que tiene acumulados no tienen la medida correcta. “Ademais bota demasiado fume, hai que andar abrigado por casa”, explica. “Aquí fai frío, non é unha tontería”, indica Leopoldo. Aunque vive solo y se mueve con dificultad, tiene la suerte de que su familia se preocupa de visitarlo. “Eu xa non podo cortar a leña só”, apunta. Así, entre la ayuda que le brindan sus hijos y una pequeña estufa eléctrica para la habitación, “que consume bastante”, pasa los días. Ángela López: “Pasei frío toda a vida, pero cos anos faise todo moito máis duro, é peor” Ángela López vive sola en Niñodaguia (Baltar). Tiene 98 años y lleva cinco sin salir de su casa: “Ás veces falo soa e digo barbaridades, así desafogo”. “Non teño fillos nin marido, vivín sempre aquí soa. Hai catro anos instaláronme unha estufa pero non sei moi ben como funciona”, explica. También hace poco tiempo que cambió el paisaje a través de su ventana y el horizonte montañoso se convirtió en una estampa de molinos y electricidad. Ángela dedicó parte de su vida al trabajo, “a segar o centeo”, en una época más dura que la actual. Los tiempos pandémicos “non están sendo tan duros se miramos ao pasado, antes había maiores miseras”. Las bajas temperaturas a las que puede llegar su vivienda no son una novedad: “Xa tiven menos posibilidades. Estiven toda a vida pasando frío, malcomida e malcalzada”, relata. Sin embargo, explica que con la edad, es más difícil afrontar el frío: “Cando era nova podía ir ata descalza, non se pasaba ben pero andabas alegre. Coa idade todo empeora”. Francisco Fidalgo: “Ao final un acostúmase a todo, tamén ao frío e a estar sempre só” “Eu son solteiro. Gústanme as mulleres chinas, aínda estou a tempo de estar con unha”, declara Francisco Fidalgo, un vecino de 85 años con un entrenado sentido del humor. En su sala de estar tiene dos estufas enchufadas. Las tiene así durante horas para tratar de calentarse mientras come. Aún así, “xa está un afeito ao frío”, afirma. “Tamén estou acostumado a vivir só”, apunta, pero explica que “ao final un acostúmase a todo, non queda máis remedio”. En su día a día, Francisco camina un kilómetro, habla con los vecinos que encuentra a su paso y también hace la comida sin ayuda. Es un superviviente más de la soledad que a veces condiciona la vida del rural.