TRIBUNA

El ajedrez cuarcicristalino de Celanova: ¿un presente diplomático?

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Los más de 70.000 kilómetros de calzadas que dieron paso a la expresión, hoy popular, “todos los caminos llevan a Roma”, son una realidad que, metafóricamente, puede aplicarse a todos los aspectos de la vida. La noticia, recientemente publicada en este diario, de la coincidencia técnica entre el dorado de algunas de las piezas de ajedrez de Celanova y un anillo perteneciente a la condesa Ermisenda de Carcasona, viuda de Ramón Borrell de Barcelona, y regente, durante la minoría de su hijo, de los condados de Barcelona, Osona y Gerona, nos alegraba sobremanera, porque refuerza una de las hipótesis que defendimos, recientemente, en nuestra tesis doctoral, sobre la historia y el arte de la Celanova medieval.

El libro V del Códice Calixtino describe, bastante minuciosamente, la arqueta de san Gil de Arlés, en cuya tapa, según relata, aparecían 13 piezas de cristal de roca, que compara con escaques, manzanas y granadas. Sabemos que esta arqueta, vandalizada en San Sernin de Toulouse, en el trance de la Revolución francesa, en su origen, residió en la célebre abadía románica de Saint Gilles, vinculada con la familia materna del conde barcelonés y de su hermano Ermengol I de Urgel. En su testamento (1058), Ermisenda menciona unos “eschacos christalinos”, igual a los mentados por su cuñado, Ermengol de Urgel, en su propio testamento, 50 años anterior. En ambos casos, las piezas debían ser entregadas a San Gil. Pese a que Ermengol falleció en una expedición a Córdoba, en la que también participó su hermano Ramón, en el 1010, su testamento es anterior y, por ello, las piezas no pueden provenir de ese trance. Es bastante probable que pudiesen haber sido heredadas de su padre, Borrell II de Barcelona.

Muestra un intercambio comercial artístico y cultural que desdibuja la tradicional imagen oscurantista del medievo

No en vano, casualmente, o no, en el año 974, el famoso califa Alhakén II de Córdoba recibía, a la vez, a cuatro embajadas cristianas que representaban al conde Ansúrez, de Castilla; a Otón II, del Sacro Imperio Romano Germánico; al conde Borrell II, recién mencionado; y más que probablemente, a san Rosendo, obispo iriense, en representación de Ramiro III de León, a punto de cumplir los 14 años de la mayoría de edad, conforme al Liber Iudiciorum, de Recesvinto, que todavía se observaba en Castilla. El conde Ansúrez venía a disculparse por unas “refriegas de frontera”. Pero los otros tres, venían con cartas de paz que, de alguna manera, están refrendadas por otra coincidencia, o no, como es el hecho de que los tres eran poseedores de unas muy importantes colecciones de cristal de roca: la de Borrell, ya mencionada; la de Otón II, que un abad francés del siglo XVII cuantificaba en 25 o 26 escaques, la mayoría de los cuales todavía se conservan, hoy, en la catedral de San Pedro en Osnabrück (Alemania); y las 8, de trazas fatimíes, de san Rosendo, que ya conocemos. Entre los tres, que raramente podrían haber tenido otro punto de coincidencia que no fuese esta misión diplomática, suman 47/48 piezas, cifra nada despreciable, comparada con las menos de 100 que conservamos actualmente.

En nuestra opinión, que tres personajes tan distintos y tan distantes coincidiesen en esta embajada y coincidan, asimismo, en estar en posesión de preseas tan extraordinarias, avalan que estas sean un regalo diplomático tan del uso de los califas cordobeses y que podamos conjeturar que este ajedrez, probablemente de la segunda mitad del siglo X, pudiese haber llegado a Celanova tres años antes de la muerte de san Rosendo.

No hay nada que permita vincular el ajedrez de Celanova con santa Ilduara, madre de san Rosendo, porque su supuesta donación en un manuscrito de la Biblioteca Nacional, perteneciente a la colección de Pascual de Gayangos, no es, sino una transcripción dieciochesca de la donación de san Rosendo del año 942. Las famosas “arrodomas sic aeyraclis VIIII”, “9 redomas también iraquíes” de esa donación rosendiana, no pueden ser nuestras piezas de ajedrez, como se ha llegado a decir, porque esta donación aparece en grupos de objetos nítidamente jerarquizados y ese “sic”, que aquí equivaldría a “también”, remite al elemento anterior, que son “II concas aeyraclis”, “dos cuencos iraquíes”, todo ello conformante del conjunto de elementos para el servicio de la mesa.

En nuestra opinión, el dorado de las piezas de ajedrez, tan lúcidamente analizado por la doctora Therese Martin, en su reciente artículo de Archivo Español de Arte, dorado antaño calificado como “ahumado” por el profesor Fernández Valdés que, obviamente, no disponía de los medios que aquí se emplean, no responde a otra cosa que a la necesaria diferenciación de bandos, en el juego de ajedrez. Las blancas y las negras, de toda la vida, que aquí serían doradas y, quizás, transparentes. Que también se utilice esta técnica en la joya de una condesa y, seguramente, en otras piezas análogas, como alguno de los botes conservados en tantos museos, nos habla de la opulencia de una corte cordobesa que, fruto de talleres “azaharinos” y/o de su fértil comercio mediterráneo, hacía del lujo su carta de presentación ante el mundo.

Indirectamente, se nos está mostrando un intercambio comercial, artístico y cultural que desdibuja la tradicional imagen oscurantista que tantas veces hemos recibido del medievo, como herencia de, entre otras fuentes, las interesadas películas anglosajonas. La propia palabra Allah, nombre de Dios, en el islam, de la inscripción cúfica de la filocompostelana “ara celanovesa”; o el báculo siciliano, de Celanova, idéntico al de ébano de la Abadía de San Huberto de las Ardenas (Bélgica) o, incluso, a ejemplares presentes en actuales subastas de arte; o el peine de marfil pintado, con una flor de lis, idéntica a la emblemática del sepulcro de Roger II de Sicilia, casado con una hija de Alfonso VI de León; o la inscripción del cáliz románico de Celanova, presente en códices normandos del siglo XI, como uno del monasterio anejo a la Catedral de Durham, con análogos en otras abadías normandas de Francia, que apuntan a la posible donación de este cáliz por el obispo y antiguo abad de Samos, Juan, uno de los tres prelados, llamados así, que asistieron a la canonización diocesana de san Rosendo, nos están hablando de una multiculturalidad que, pese a las batallas, ya quisiéramos para hoy. Han sido muchos y muy distintos, los estudios que se han hecho y se seguirán haciendo, con distintos medios, sobre el Monasterio de Celanova, pero volviendo al símil del principio, da igual por donde vayamos, porque aquí la Roma de todos nuestros caminos no es otra que san Rosendo.

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