CRÓNICA

Calabazas para San Miguel

Imagen del efecto solar sobre la capilla en el amanecer del equinoccio de primavera del año pasado (JOSÉ PAZ).
photo_camera Imagen del efecto solar sobre la capilla en el amanecer del equinoccio de primavera del año pasado (JOSÉ PAZ).
El sol no se presentaba, ni este viernes ni esta madrugada, a su cita con la capilla de San Miguel con motivo del equinoccio de primavera. Un espectacular efecto solar datado en el siglo X pero que redescubrió a finales del siglo XX Xosé Benito Reza.

En silencio y sin testigos, pero también sin sol. La capilla de San Miguel, el único resto que queda del monacato original que en el siglo X mandó construir San Rosendo, amanece estos días solitaria. No hay vecinos ni curiosos apelotonados en el antiguo huerto de los monjes deseosos de ser testigo del espectacular efecto solar que, cada equinoccio, se produce en el templo mozárabe datado en 942 y declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en 1923.

La situación excepcional generada por el COVID-19 se une a una climatología adversa, con una densa capa de nubes sobrevolando el cielo ourensano que impide a los rayos del astro rey asomarse por el monte de San Cibrao y colarse por las ventanas del diminuto oratorio (8,5 metros de largo por 6 de ancho) que ocupa 22 metros cuadrados distribuidos en tres volúmenes.

El efecto solar, que solo es visible desde un punto concreto junto al muro de la iglesia conventual marcado desde hace unos años por una rosa de los vientos en piedra, lo (re)descubrió a finales de la década de los años 90 del siglo pasado el escritor e ingeniero de montes celanovés, Xosé Benito Reza. "Quedé impresionado cuando lo vi, como por la ventanita estrecha enfilaba el sol y se incendiaba la capilla", confesaba Reza, quien describía con pelos y señales cómo fue aquel primer amanecer solitario en el que, con permiso del clero,accedió al recinto sagrado a ver si se confirmaban sus sospechas. "A partir de ahí, se lo comenté a Toño (Piñeiro) y volvimos varios años para sacar fotografías. Tiempo después decidieron hacerlo público", relata sobre una quedada anual en el amanecer del 21 de marzo.

Monte de San Cibrao

Para entender cómo llegó al descubrimiento, Xosé Benito Reza recuerda sus tiempos como jefe del servicio provincial en Ourense y los trabajos de acondicionamiento llevados a cabo en diversas áreas recreativas de la comarca, incluido el mirador en el alto del monte de San Cibrao (A Bola). "A 900 metros sobre el nivel del mar, el lugar concentra varios dólmenes y, en la capilla, hay una ventanita doble geminada visigótica que nos dice que data de los siglos VI o VII, del tiempo de Santa Comba de Bande nada menos", relataba Reza quien añadía más leña a la historia con la aparición del gran "penedo" que hoy preside el mirador que hace un arco perfecto hacia Celanova. "Un día, hablando con el guardia de la zona, Benito Pardo, le comenté que estaría bien buscar una gran piedra para colocar en el centro del mirador, para que quedase estéticamente bonito. Pues resulta.... ¡qué ya estaba allí", relata emocionado recordando el descubrimiento de la gran piedra de dos metros de altura semienterrada en el lugar y que hoy preside el espacio. "Pudiera ser un menhir, ¿por qué no?", sugiere Reza .

Con todo esto en su cabeza, y como profesional y amante de la cartografía, además del arte, la historia y su querida Celanova, un día se percató de que la capilla de San Miguel estaba ubicada en el mismo paralelo terrestre. "Está alineada con San Cibrao, con un desvío mínimo para los 8 kilómetros que los separan", apuntaba. 

Una serie de cálculos astronómicos y la ligera desviación de la capilla para propiciar la entrada solar completaron el puzzle que le llevó al antiguo huerto monacal un equinoccio de primavera de 1997.

Lugar de culto solar

El ingeniero y escritor celanovés, que no cree en las casualidades, vincula este hecho con el pedrón ubicado junto a la capilla. "San Rosendo no sabemos si buscaba el efecto, pero sabía que la zona era un lugar sagrado por la 'ara solis' con su pila triangular para hacer sacrificios, ritos de adoración al sol, enfocando al monte. El equinoccio de primavera era el día que empezaba el año. Así que, hace miles de año, la gente se reunía aquí y venían cómo nacía el sol por encima de la gran montaña", explicaba Xosé Benito Reza.

El lugar fue posteriormente cristianizado, tal y como recoge el propio San Rosendo en su testamento monástico datado en el año 977, donde deja escrito que el oratorio dedicado a San Miguel se construyó junto a la capilla dedicada a San Martiño, un templo que "ya era antiguo" cuando en el año 934 Froila le donó a su hermano Rosendo los terrenos en el lugar de Vilare para construir su gran obra como fue Celanova. 

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