San Miguel, dos cultos en uno

Arte e historia, matemáticas y geografía es el puzzle que da respuesta al espectacular efecto solar que se produce cada equinoccio en la capilla de San Miguel, que ayer no se pudo ver en Celanova, pero que, los citados en la “horta do cura”, aprendieron de viva voz de su redescubridor Xosé Benito Reza.

Madrugar para asistir al equinoccio de  San Miguel de Celanova siempre merece la pena, incluso cuando la niebla se ciñe sobre el alto de San Cibrao, impidiendo la explosión de luz en el oratorio erigido por San Rosendo en el siglo X.  Lo es por la expectación y la confraternización que se genera entre el grupo de madrugadores, muchos repetidores, y por esos desayunos tras el amanecer, que animan a uno a empezar el otoño (y el día), con energía.

Ayer fue uno de esos días y lo fue además porque, en el ‘impasse’ entre la apertura de puertas y la hora fijada para el amanecer, el ingeniero de montes y escritor celanovés Xosé Benito Reza conquistó a los presentes con una amena disertación sobre el origen de este lugar y los porqués de este fenómeno. “Todo esto está vinculado con un culto antiquísimo, seguramente arqueoastronómico, relacionado directamente con el sol. El dios más poderoso de todos los panteones paganos y religiosos”, relataba el celanovés quien, remontándose miles de años atrás, habló de los rituales que posiblemente realizaron los castrexos de Castromao sobre el peñón ubicado frente a la capilla y el proceso de cristianización que llevó a cabo en el lugar, hace ahora 1.080 años, San Rosendo y su arquitecto, con la construcción del oratorio. “Al trazar la capilla, representaron y respetaron las viejas tradiciones”, dijo señalando los modillones, con esvásticas y rosetas como únicos motivos geométricos decorativos.

El hallazgo del peñón, durante la reforma de la huerta en 1990, desencadenó en una serie de revelaciones que llevaron a Reza al “redescubrimiento” del efecto solar que se produce en los equinoccios, con la complicidad del policía municipal que custodiaba las llaves por entonces y del técnico de Cultura Antonio Piñeiro. Un cúmulo de casualidades que empezaron tras corroborar que la capilla y la roca estaban en el mismo paralelo terrestre que el alto del monte de San Cibrao -el más alto de valle a 8 kilómetros en línea recta y con un error de ‘solo’ 40 metros-; porque el oratorio está ligeramente girado (2,47º) para salvar el tiempo que el sol necesita para asomarse por detrás de la montaña (sube 400 metros girando ya hacia el sur); y, por si esto fuera poco, la localización en la mitad de la ventana saetera del crucero del punto exacto del horizonte por donde sale el sol en los equinoccios. “Eran muchísimas casualidades”, recordaba ayer Reza, quien describió como una experiencia “mística” la primera vez que asistió a la explosión de luz en San Miguel y convencido de que San Rosendo y su arquitecto buscaban “coger” el sol.

Un hecho del que no hay constancia en los libros, pero sí está representada -la capilla y la roca- en el coro bajo barroco de Francisco Castro Canseco. “Nosotros no sabíamos de su existencia. Pero es increíble que los monjes y nuestros antepasados respetaran este lugar, tanto que la roca sigue ahí”, concluía Reza con el aplauso de sus oyentes.

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