Imbroda, de lo más pequeño a lo grandioso

Javier Imbroda, todo sentimiento, durante uno de los muchos homenajes recibidos.
photo_camera Javier Imbroda, todo sentimiento, durante uno de los muchos homenajes recibidos.

El cáncer es la segunda causa de muerte en nuestro país, muy por encima del antes tan temido y ahora tan menospreciado covid 19.

Entre sus cientos de miles de víctimas, recientemente hemos despedido a Javier Imbroda, Consejero de Educación y Deporte de Andalucía hasta su muerte. Mucho antes, entrenador de baloncesto y uno de los propiciadores del ascenso a potencia mundial de nuestro país.

Una característica describe a este carismático melillense, cuyo hermano Juan José fue 19 años presidente de la ciudad autónoma. El alcanzar lo más alto partiendo de la nada.

Cogió un Sevilla sin mucha tradición y lo convirtió en subcampeón de la liga ACB y Copa del Rey. Llegó de ayudante a la selección española y terminó al mando. Confió en los júniors de Oro para lograr el bronce europeo de 2001 del despegue y una victoria meritoria contra Estados Unidos en su Mundial de 2002. Compartió penurias y escasez con la recién independiente selección de Lituania en su primer bronce en los Juegos de Barcelona 1992.

Su mayor logro fue el llevar a un equipo de colegio -Maristas de Málaga- a una memorable final ACB contra el FC Barcelona en 1995. Sólo un triple fallado por el exCOB Mike Ansley impidió el triunfo.

Recuerdo con especial cariño su participación en un Clínic de Ourense, donde dejó a un lado conceptos técnicos y tácticos e impartió una conferencia magistral sobre la complicada labor del entrenador.

Escribió: "Nunca oiréis a un moribundo decir que tenía que haber ido más a la oficina, abrir la tienda antes o ganado más títulos. Sino la necesidad de más afecto, respeto y cariño. Y esto no lo da ni el dinero, ni el poder ni la fama". Amén.

Dictaduras en las que mola hacer deporte

Pilotos de Fórmula 1 contra la guerra en Ucrania, pero sin opinión sobre la guerra en Yemen.
Pilotos de Fórmula 1 contra la guerra en Ucrania, pero sin opinión sobre la guerra en Yemen.

Desde la invasión de Ucrania, Occidente considera a Rusia una dictadura; a su líder, Vladimir Putin, un dictador y a sus deportistas, cómplices y sancionables.

Esta actitud, respaldada por los medios de comunicación y periodistas, contrasta con la mostrada ante otros países similares.

El pasado 27 de marzo se desarrolló en el espectacular circuito urbano de Jeddah (Arabia Saudí) la segunda carrera de la temporada de Fórmula 1.

Arabia Saudí es una monarquía teocrática absolutista. Una dictadura si cabe más represiva e inclemente con los derechos humanos que Rusia. Gobernada de facto por el heredero al trono, el príncipe Mohamed bin Salman. Acusado de cortar (literalmente) en pedacitos al periodista Jamal Khashoggi (y otros) u ordenar bombardeos indiscriminados contra civiles en la vecina Yemen.

Precisamente, el enemigo yemení puso en jaque el desarrollo de la carrera al bombardear un depósito de la mayor petrolera mundial, "Aramco", situada a pocos kilómetros del circuito. El ataque sucedió durante los entrenamientos libres y pudo ser una verdadera masacre, si el escudo antimisiles saudí no hubiese derribado 9 drones cargados de armamento.

Este hecho, de suceder en Rusia o cualquier otro país, cancelaría ipso facto cualquier evento y provocaría a la salida inmediata de todo el personal.

Sin embargo, los argumentos de bin Salman convencieron a organizadores, pilotos y periodistas. Estaban comprometidos, además, los 200 millones de dólares que aporta su país al circo del motor.

En un país represor, asustados e intimidados por el sátrapa. La carrera se disputó. Y tan contentos. Parece que algunas dictaduras molan y otras no.

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