A pesar de todo, el cadáver de un sueño es un cadáver bonito

Los aficionados del Celta, desolados al término de la semifinal de ayer contra el Alavés. El conjunto celeste estuvo arropado por aproximadamente 800 seguidores en Vitoria.
photo_camera Los aficionados del Celta, desolados al término de la semifinal de ayer contra el Alavés. El conjunto celeste estuvo arropado por aproximadamente 800 seguidores en Vitoria.

En una noche sin mañana, el celtismo vio morir su deseo de otra final copera

El cadáver de un sueño es un cadáver bonito. Porque allí hubo vida, mucha vida, antes de un final frío, tétrico, de pesadilla. Los 800 celtistas plantaron cara a un Mendizorroza pletórico.

A las ocho se abrieron las puertas de Mendizorroza, estadio estilo inglés con cubierta corrida y graderío pegado al césped. La arquitectura invita al fútbol, quizás para paliar el frío intenso que invitar más a irse que a venir. El recinto vitoriano amenazaba lleno, con mosaico en todo el graderío salvo la esquina reservada a la afición celeste, que lo combatió con sus bufandas al aire.

Un ánimo céltico que no se había hecho esperar. Rondaba los aledaños del estadio en los minutos previos, tomando como iconos que fotografiar a dos ex célticos como el ilustre Jorge Otero y Quique de Lucas, este último agente doble, como poco.  Narradores que tomaron prestado ese empujón anímico que se dejó ver por Mendizorroza desde la apertura de las puertas. En la esquina céltica, una primera pancarta que marca carácter: "Aldán".  O Morrazo ejerciendo de península anímica en primera línea de fuego en una grada en forma de cuña que limitaba la primera línea de fuego del aliento celeste.

Ése que sintió en nombre propio Sergio Álvarez, el primero que saltó a calentar al césped y el que fue objeto de los cánticos casi vírgenes. Los primeros de una noche que olía a historia, casi a primera vez para buena parte de la juvenil representación que se acercó a Vitoria. En los autobuses, vital fauna céltica de ánimo fácil; en sus propios coches, familias enteras que se desperdigaron por el resto del estadio, luciendo camiseta, sonrisa y esperanza.

Como queda dicho, a Mendizorroza lo despertó el celtismo, en dura pugna con la megafonía, que tuvo el detalle previo de regalarle el "Dolores se llamaba Lola" de Los Suaves durante el calentamiento de los equipos, que acabó de levantar a los celtistas con aquel "dónde vas bala perdida, dónde vas triste de ti".

Todo en un estadio con ese montonal de comercial, o quizás no tanto, que desea el presidente celeste, Carlos Mouriño, para Balaídos y que tal vez le recordó en el palco a Abel Caballero, adalid del celtismo en las guerras madridienses de los últimos días. Tal vez para que no se le atragantase ningún encuentro, el máximo accionista celeste no acudió a la comida previa de directivas, en la que el consejo celeste sí estuvo representado por los vicepresidentes.

En esta eliminatoria, Mendizorroza contó con la clara ventaja sobre Balaídos de ser el escenario definitivo. Una ida no es igual que una vuelta en lo ambiental. El punto de pasión que faltó en Vigo hace una semana lo había anoche en Vitoria en las dos aficiones, mientras la mayor parte del celtismo sufría en la distancia.

El estadio vitoriano no despilfarra ni un grito. Su arquitectura cerrada genera oleaje anímico que golpea en cada una de sus gradas y rebota. Un remolino sonoro que la afición vitoriana tiene a gala y con el que provoca la inercia que movía a su equipo en una noche sin mañana como la de ayer.

Con el factor cuantitativo perdido, el celtismo tiró de inteligencia. Cada vez que el griterío bajaba en intensidad, las gargantas de los célticos se dejaban oír. Y en el descanso, no había visita al bar ni salida a los pasillos a compadrear. Firmes en sus puestos para que los jugadores celestes sintiesen su aliento mientras entraban en el vestuario con el mismo empate sin goles del arranque. La noche sería larga. Más tiempo para soñar.

En el intermedio, hasta cámara del beso hubo. Para rebajar unos ánimos que volvieron a levantarse nada más comenzar la segunda parte.

Hubo mucho que sufrir. La esquina celtista estaba ahora junto a la portería celeste. Y desde los saques de esquina el Alavés amenazó de forma constante hasta que Edgar mató un partido, una eliminatoria y un sueño. El de una esquina de celtistas que no merecieron tal suerte.n

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