Rusia tiene un plan y un líder, Europa no


Hablar de dinero en medio de una guerra con muertos, heridos y desolación no deja de resultar grosero, pero la realidad revela que detrás de la guerra y de la ideología que la inspira está también el dinero o la frustración por haber perdido la oportunidad de amasarlo. Basta leer o escuchar al pensador Alexander Dugin para comprenderlo.

Al invadir Ucrania, Rusia intenta progresar en un mundo que considera multipolar, donde busca asentar la llamada Unión Económica Euroasiática frente al “liberalismo global” y la “hegemonía occidental” que asocian a EE UU, otro gran polo junto con el de China.

Formalmente, no se trataría de restaurar la URSS, sino de constituir Rusia como centro político, cultural y militar de los países desgajados, como ya había advertido antes de esta guerra el historiador y ensayista Antonio Elorza. Y Ucrania es una pieza esencial en ese imaginario ruso imperial, que siempre apela a la Rusia de Kiev.

Semanas antes de dar este paso militar, Vladimir Putin se vio con Xi Jinping, presidente de China, en una puesta en escena de sintonía personal pero también económica e incluso política; más bien, en realidad, geopolítica, dado que el interés de Putin por controlar Ucrania es similar al de China por apoderarse de Taiwan. En este caso, el Partido Comunista de China busca una eventual reunificación con la isla que reclama como parte su territorio, a pesar de no haberla gobernado nunca.

Rusia y China coinciden, además, en su lucha contra las “élites globalistas” liberales, a las que contraponen el “proyecto euroasiático” ruso y el “gran espacio chino”, que proyecta la Nueva Ruta de la Seda. Como suele decir el pensador Alexander Dugin, este modelo geopolítico podría ser compatible algún día con otros polos emergentes como el islámico, el africano, el indio e incluso el latinoamericano.

Occidente no está muy habituado a este tipo de lógica, de ahí que cueste tanto entender lo que está sucediendo. Es más, su desorientación es tal que se producen engaños como los confesados, en público, por líderes políticos como António Guterres, secretario general de la ONU, o Emmanuel Macron, presidente de Francia, a quienes Putin consiguió confundir.

En la lógica rusa, Europa aparece difuminada bajo el manto de EE UU –“la hegemonía espiritual de Occidente”–, que asocia a la democracia burguesa, el liberalismo, el parlamentarismo, los derechos humanos y el individualismo, valores muy distintos a los que abanderan tanto Rusia como China, cuyo concepto de la democracia es radicalmente distinto.

Tampoco es menor la importancia de la identidad y sus tradiciones religiosas –necesarias para justificar su superioridad moral sobre Occidente–, de modo que Rusia se presenta como portadora de una civilización, capaz de ejercer su soberanía y de proyectarse sobre Eurasia, partiendo de la Rusia de Kiev.

Rusia sí ve Europa como un espacio económico, entre otras razones porque es –era, más bien– el destino del 38% de sus exportaciones. La clave está en el comercio energético ligado al suministro de gas y petróleo. Las sanciones, si son duraderas, terminarán por hacerle daño, pero no a corto plazo, dada la resiliencia que le aportan sus reservas de dólares y una ciudadanía que soporta las indicaciones que recibe. Otra cosa sería que Occidente le tocase –de verdad– la cara a los oligarcas rusos, amigos de Putin. 

@J_L_Gomez

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